La soledad relacional en tiempos del coronavirus

Autora: Faustina Hanglin – Colaboradora habitual de Espai TCI, escritora y terapeuta gestalt

Claudio Naranjo nos observa desde el espacio estelar, con la cabeza ladeada. Parece estar diciendo: “A esto me refería”. Nos mira en serio, con una expresión burlona.

Actualmente, un tercio de la humanidad está confinada por la crisis pandémica del covid-19, que ha afectado a casi medio millón de personas en 175 países. En este contexto parece obligado, desde la comunidad de gestaltistas, evocar la orientación de Claudio.Quizá de esto hablaba cuando sugirió que el colapso de nuestra civilización ya estaba sucediendo, aunque no nos diéramos cuenta. El confinamiento impuesto, la incredulidad y el pánico generalizados, las ráfagas de muertos, los servicios de salud saturados, la cantidad de ciudades, poblaciones, barrios y calles cerradas a cal y canto. Todo ello indica que ha llegado el momento de medirnos con nuestros límites. Parar, quedarse en casa, dejar para quién sabe cuándo proyectos, negocios y tareas. Totalmente solos, con pocos familiares o en una comunidad de inquilinos, sea cual sea la forma que ha tomado nuestro aislamiento obligado, la situación nos coloca exactamente ahí donde más nos cuesta estar: adentro. Nos empuja a ocuparnos de cajones y armarios descuidados, de vínculos familiares postergados, de nuestra desconocida vida interior y sus aristas poco trabajadas.

Quizá, si Claudio estuviera, miraría con desaprobación la rápida proliferación de discursos adaptativos que convierten la crisis del coronavirus en oportunidad para seguir llenándose los bolsillos. Quizá miraría con lupa debajo de las palabras, actitudes y discursos que brotan de la pestilencia social para reconocer que no todo vale. Porque es evidente que, aunque nos tapien en nuestras casas seguimos mostrándonos al mundo a través de nuestras máscaras digitales, metiendo ruido e interpretando el protagónico de nuestra pequeña película.

“Hay que estar atentos a cómo mentimos”, diría, tal vez, Claudio. Mostrar cómo nadamos con gracia en medio del desastre y simular que cambiamos sin cambiar no hará más que prolongar nuestro sufrimiento, retrasando unos pasos tan necesarios como urgentes.

Que los animales salvajes se estén paseando por los espacios que hemos abandonado refleja hasta qué punto la naturaleza tiene capacidad de recuperación. La fuerza y la pureza naturales no tardan en expandirse, en regenerarse y armonizarse cuando dejamos de ejercer violencia. La mirada compasiva que practicamos en Espai TCI hunde sus raíces en la escuela claudiana, y hoy más que nunca nos consideramos herederos de su sincretismo filosófico, su espíritu lúdico y su capacidad amorosa. Pero ¿cuál sería para Claudio el mayor peligro de los tiempos que corren? Tal vez, la brutal cosificación que ejercemos los humanos sobre todo ser vivo y nuestra propia tendencia a dejarnos vaciar de sentido.

Si tomamos a la población del planeta como objeto de nuestra mirada clínica, hemos de ampliarla a 360 grados para incluir cualquier tipología, condición o forma específica que pueda encarnar la vida. Con esa amplitud clínica y mediante la integración de elementos procedentes del chamanismo y la medicina humanista, habrá que seguir sembrando un modelo comunitario basado en los vínculos afectivos, la cooperación, el placer y la sabiduría. Hemos de continuar con la tarea, iniciada por Claudio, de devolver a las personas un sentido erótico de su existencia, que va más allá de la creación de la pareja y la familia, atravesando su participación en la comunidad y en lo sagrado.

Volviendo al coronavirus y el modo en que nos está confrontando con un emergente global, si pudiéramos diseccionar los componentes de esa otra gran pandemia que es la soledad, nos daríamos cuenta de que está compuesta por el amodorramiento de la era postindustrial, el vacío simbólico dejado por los horrores de la segunda guerra mundial, la soledad mórbida de los normóticos y la soledad sangrante de neuróticos y psicóticos. La soledad relacional se origina en nuestro atontamiento, en la insensibilidad que nos hace ciegos y sordos al mundo interno del otro, a sus señales, sus gestos, a la temperatura emocional que palpita detrás de sus metáforas y símbolos. Es la herencia sintomática de nuestra civilización del horror y la explotación caníbal. Porque es justamente en lo relacional donde mejor se expresa el daño y el trastorno que nos hemos causado a nosotros mismos, mediante unos órdenes imperantes dictados por la lógica de la dominación.

Esta soledad relacional es proporcional a nuestra deserción religiosa. La ausencia de un sentido de lo sagrado y del Misterio en las vidas de la gente, la falta de cultivo anímico, la carencia de contacto con el propio ser, la nula dedicación a la meditación y contemplación en soledad, producen subjetividades huecas y empobrecidas, eternamente apresuradas e incapaces de ir al encuentro si no es para la interacción mecánica.

El antídoto a la soledad relacional que se hace figura en el fondo del coronavirus podría ser la escucha. Aunque para escuchar, hay que callar. Entonces, la oportunidad que nos brinda esta pandemia quizá sea la de entrar en el silencio. Y desde ahí, aprender a apreciar esas otras formas de vida que estaban tapadas por el ruido y el consumo.

 

La función del terapeuta frente una nueva realidad. La vida después del COVID-19

Autor: Oswaldo Velásquez Muñoz – Director del Cercle Gestalt de Ibiza y del Espai TCI de Ibiza. Gestaltista, psicocorporalista y transpersonalista

Claudio Naranjo, sabio contemporáneo, vaticinó durante los últimos años de su vida la necesidad de un cambio urgente en la manera de relacionarnos, individual y colectivamente, en el mundo y con el mundo. Su maestro, Tarthang Tulku, ante su inminente muerte le dijo: “Puedes marchar en paz. Tus enseñanzas serán de mucha utilidad en los duros tiempos que se avecinan”.

La soberbia, el peor de los pecados, como él mismo la definía, con muchas trazas del narcisismo, entendida como una sobredimensión de nuestra naturaleza humana, frágil, nos está conduciendo a una situación inimaginable hace tan solo un par de meses, resultado de nuestra insensibilidad.

Una pandemia de las características que estamos atravesando no es un fenómeno casual. Es el resultado causal de rebasar nuestros propios límites. Si no estamos atentos y dispuestos a hacer un cambio voluntario frente a esta señal de la naturaleza, que simplemente se autorregula para conservar el equilibro, comenzaremos a ver manifestaciones de respuesta natural, completamente impredecibles, que nos conducirán al cataclismo como civilización.

Las enseñanzas de Claudio Naranjo promovían un único objetivo: el despertar de la conciencia oscurecida por la banalidad de nuestras pretensiones egoístas. No una conciencia alejada del mundo; una conciencia de las distorsiones que no nos permiten ver más allá de nuestras pasiones y deseos, que atentan contra la vida.

Muchas personas encontrarán, una vez terminada esta crisis, que su mundo ha sido modificado e intentarán reconstruirlo para continuar siendo los mismos y mantener una inercia desconectada de lo primordial, y seguramente la frustración de no poder conseguirlo acercará a algunos a la terapia.

Entonces ¿cuál ha de ser la función del terapeuta, frente a esta nueva circunstancia?

  • Acompañar en el duelo de lo perdido. Toda transformación requiere dejar ir algo para poder incorporar lo nuevo. Aceptar un nuevo aquí y ahora.
  • Favorecer el contacto directo con la realidad. Sólo en la aceptación, de lo que es, aparecen las respuestas creativas para estar en la vida de forma digna.
  • Promover la responsabilidad y ayudar a las personas a diferenciar entre deseos y necesidades. Lo cual nos permitirá permanecer de una manera sostenible, respetuosa con el medio y con los demás.

El sufrimiento es la diferencia entre lo que es y lo que nos gustaría que fuese. Tenemos mucho trabajo por delante.

 

Los duelos en tiempo de coronavirus

Autora: Ana Hernández Huet Terapeuta gestalt y corporal integrativa. Constelaciones familiares

Son tiempos extraños los que nos tocan vivir, tiempos de situaciones desconocidas, tiempos de cambios, tiempos de pérdidas, tiempos de enfermedad, tiempos de muerte, de muertos, de muchos muertos.

En una sociedad que le da la espalda a la muerte, que evita hablar del tema, que teme a los cambios, la muerte se ha hecho más presente que nunca. No podemos evitar verla, mirarla a la cara, sentirla cerca, intuirla en la tos o el estornudo de aquel con el que nos cruzamos en el pasillo del supermercado, sentir que nos roza cuando viene la ambulancia a buscar a un vecino, cuando sabemos del amigo o familiar al que ingresan. Si nos contagiamos, no sabemos si los síntomas van a ser leves o van a ser mortales. No hay garantía de nada, aunque se hayan determinado colectivos de riesgo, por lo que algunos se sienten más en peligro y otros se sienten exentos, casi invulnerables.

Y… la muerte está entre nosotros.

Con esa compañía que se ha hecho tan presente, tan visible, dadas las circunstancias, se ha determinado que no podemos acompañar a nuestros seres queridos en sus últimos momentos de vida ni despedirnos de ellos ante su viaje definitivo por el colapso evidente que están sufriendo nuestros hospitales y las UCIS de nuestro país.

Comprendo los motivos, no me queda más remedio que rendirme ante la evidencia y, al mismo tiempo, no deja de parecerme absolutamente necesario para la salud psicológica y emocional de nuestra sociedad poder encontrar los medios para que, de alguna manera, ese acompañamiento sea posible, por los que mueren en soledad y por los que quedan. Me duele pensar e imaginar, leer y enterarme de esas muertes y de la desesperación de los familiares que no pueden acudir a su lado ni en ese momento tan crucial de la vida que es su final.

Cuando nacemos no somos conscientes de la importancia del momento. Cuando morimos, podemos serlo. Eso lo convierte en un momento tan sumamente importante, es la culminación de la vida, el instante en el que dejamos atrás todo, absolutamente todo lo que hemos sido, lo que hemos tenido, lo que hemos amado. Es la oportunidad de cerrar gestalts, aunque sea con una mirada, con un gesto o con el contacto a través de tres pares de guantes.

Una buena despedida es medio duelo hecho, es la práctica garantía de un buen proceso.

¡Cuánto dolor, cuánta tristeza, cuánta desesperación en esa soledad impuesta, tal vez la más cruel de todas!

¿De verdad que no había otra manera?

Me lo pregunto muy sinceramente sabiendo que son momentos de mucha confusión y con decisiones muy difíciles de tomar.

Y no puedo dejar de preguntarme también: ¿Qué lugar, qué importancia estamos otorgando a las despedidas en la muerte, a los duelos, en nuestro sistema de vida?

¿Cómo digerir esa situación y al mismo tiempo saber que puedo recibir un paquete por un pedido a cualquier casa comercial con muchas probabilidades de ir repleto de coronavirus, sin ningún tipo de cuidado ni protección?

Me viene a la mente la película japonesa “Despedidas” (“Departures”), que recomiendo encarecidamente. En ella muestran el valor y el respeto a los muertos en su viaje definitivo, y el consuelo que supone para los familiares.

Este país (y quizás el mundo entero) va a tener y tiene ya una cantidad ingente de personas con unos duelos dolorosísimos que tienen muchas probabilidades de convertirse en patológicos, con todas las consecuencias que eso puede tener en la salud mental de la sociedad. Por no hablar de los sanitarios que están presenciando esas muertes, que se levantan cada día para ir a trabajar sabiendo que van a ver morir a varias personas.

Me han contado historias como la de una enfermera que le dejó su móvil a un enfermo para que pudiera despedirse de sus seres queridos. No creo que haya sido la única y hay cientos de relatos similares o peores.

Son historias de película de terror que se están viviendo en estos momentos en nuestro país. Es una cruda realidad que tal vez se podría haber evitado si los responsables hubieran decidido priorizar lo realmente importante, que es el bienestar bio-psico-emocional de la población y no los intereses comerciales, si hubieran tenido la sensibilidad de no añadir más dolor al dolor, encontrando la manera de que ese acompañamiento fuera posible.

Esa para mí es una medida esencial.

Estamos sufriendo las consecuencias de no tener una cultura de la muerte, de haberle dado la espalda, de no tenerla en cuenta como parte de la vida, de haberla negado y obviado. La consciencia de la muerte, la percepción de nuestra propia vulnerabilidad, de nuestra finitud, dificulta el consumismo y promueve la experiencia de la alegría de estar vivo.

¿Cuántos de nosotros nos despertamos cada mañana y comprobamos con satisfacción y alegría que “hoy estoy bien, un día más de salud, veremos mañana”?

Como dijo Claudio Naranjo, si realmente fuéramos conscientes de nuestra muerte, seríamos mejores personas.

Tal vez ahora tengamos esa oportunidad.

 

Un Hombre notable

Autor:  Cherif Chalakani  – Inspirado por un vínculo afectivo de 40 años con Claudio Naranjo ha creado «Espacios Nacientes» y coorganiza con su compañera, Katrin Reuter, el SAT entre Francia y Alemania.

[Hoy hace un mes, partió el Dr. Claudio Naranjo (1932 Valparaíso, Chile – 2019 Berkeley, EE.UU), inspirador del Espai TCI, Hemos querido recordarle en la glosa de uno de sus más cercanos colaboradores.]

Es un hombre excepcional el que acaba de dejarnos, un hombre que vivió incansablemente animado por una sed de conocimiento y por una sorprendente capacidad de crear puentes teóricos y prácticos entre disciplinas tan diversas como la psicología, la espiritualidad, la música, las plantas sagradas… Al igual que los grandes hombres del Renacimiento y de la Ilustración, Claudio nos ofreció una integración, una síntesis moderna de caminos generalmente separados, el de la ciencia, el del arte y del despertar espiritual.

Psiquiatra, pianista de conservatorio, autor, tocado por la gracia del ser, conoció en el camino de su vida a Tótila Albert, Fritz Perls, la profunda tristeza de la muerte prematura de su hijo Matías, Idries Shah, Oscar Ichazo, Bob Hoffman, Suzy Stroke, Muktananda, Tarthang Tulku… Abrazó con su corazón la complejidad de la condición humana, la de nuestro sufrimiento humano.

Participó en la década de los sesenta del movimiento californiano de contracultura, del acercamiento entre las tradiciones espirituales occidentales y orientales. Nos legó una contribución decisiva en el desarrollo del Proceso Hoffman. Fue pionero en la psicoterapia transpersonal y en el uso terapéutico de las drogas psicotrópicas. Desarrolló el eneagrama de la personalidad, incluyendo la psicología de los eneatipos y diseñó el programa SAT, un laboratorio de exploración de nuestro potencial de amor. Trabajó en el área de la Educación como una forma de transformar el mundo. En un paisaje contemporáneo que está perdiendo valor y orientación, nos brindó luces sobre las dificultades creadas por el mundo patriarcal, ofreciéndonos diferentes salidas y vislumbrando una profunda confianza en nuestro potencial de autorregulación y de ayuda mutua.

Es en la gran hermandad generada por Claudio, que Katrin y yo crecimos, nos conocimos y nos reconocimos. Bajo su confiada dirección, unimos nuestras intenciones y fortalezas para organizar desde 2009, con el apoyo de todo el equipo del Instituto, los diversos ciclos del programa SAT, celebrado entre Francia y Alemania. Un maravilloso y poderoso seminario multicultural, un espacio único y privilegiado para desarrollar el valor de Ser y compartir el misterio de la presencia en nuestras relaciones.

Igualmente otros talleres internacionales de gran audacia experimental tuvieron lugar:

En Todtmoos en 2010, posteriormente en París en 2012, donde Claudio presentó los Eneatipos y Subtipos frente un público internacional. En Montpellier, en 2015, un intenso encuentro con el genio de Balzac fue una oportunidad para reconocer y representar a los distintos personajes de la Comedia Humana a la luz del eneagrama de la personalidad. En Bad Meinberg en 2016 y en ZIST en 2017, su delicada sensibilidad musical nos permitió escuchar y comprender el significado y la esencia de la música clásica, como un lenguaje sutil hacia lo trascendente. El año pasado en Bremen, con una salud ya de por sí frágil, nos guió, desde su casa de Barcelona, en un viaje por los infiernos, los purgatorios y los paraísos de las personas autorrealizadas. Su experiencia de vida y su aguda conciencia de una muerte cercana dieron a sus palabras, la fuerza de un testamento personal sobre los desafíos de la aventura espiritual.

¡Qué hermosos regalos!

El equipo del SAT Francia Alemania echaremos de menos la visión clara de Claudio, y ahora sin él, nos toca iniciar una nueva etapa. Por nuestra parte, es con gratitud que recibimos su legado de sabiduría y nos comprometemos a cuidarlo, permaneciendo fieles al espíritu de sus enseñanzas y a nuestra propia madurez y creatividad.

Una ceremonia de cremación tibetana dirigida por Tarthang Tulku tuvo lugar el 18 de julio en Odiyan, California (en la foto). Sus cenizas permanecerán en este templo, su hogar espiritual, cerca de las de su hijo.

La mirada fraterna

Autor: Oscar Fontrodona – Terapeuta gestalt y corporal integrativo

La ley de la jungla, donde vivimos mayormente, por mucho que se nos llene la boca de Justicia, reza así: La vida es una guerra, donde si tú ganas pierdo yo, y gano cuando tú pierdes. O comes o te comen.

La fraternidad va más allá de esa cruda realidad y también de la verborrea de lo justo y lo injusto: es verte como mi hermano. Te considero, gozas de mi mirada amorosa y de un buen trato. Gratis. Es jugar pues otra liga, con otras reglas, adonde se suma a participar un equipo del arte de la ayuda llamado TCI.

Como terapeuta TCI, me corresponde atender a la persona que llega malherida no solo con técnicas con que revisar introyectos lesivos y desatascar la energía sino, ante todo, con una mirada comprensiva, amorosa, de hermano que encuentra toda la belleza que hay en ti. Esta mirada fraterna no puedo forzarla. Me sale porque ya la he disfrutado antes yo mismo. Por eso los terapeutas TCI pasamos por terapia nosotros mismos antes de ejercer. Para nutrirnos de esa mirada de amor incondicional, de ese “no necesitas hacer nada especial para que te quiera”.

Esa aceptación incondicional de mí mismo la traíamos, en realidad, de fábrica. Como todos los niños, yo también nací sin problemas por ser quien era. “Todos los niños — me dice Claudio Naranjo— nacen Budas, y luego el mundo los estropea”. Y es verdad que temprano en la infancia pasamos a experimentar el amor como un bien escaso, sujeto a peajes caros. “¿Cómo es posible — se pasma el niño, la niña— que tenga que dejar de ser yo para que me quieras?”. Si es que no le cabe en la cabeza. Y entonces, esa incipiente mente infantil, de lógica sencilla, da con el por qué más económico (la alternativa es pavorosa) a ese chantaje emocional, a ese ser visto por sus seres queridos como un objeto con prestaciones, a esa falta de amor que le corroe por dentro: “Ah, pues será que soy malo, que no me lo merezco, alguna tara he de tener…”. ¿Qué explicación tiene, si no, que le prives a ese pequeño de ese amor que él sí te da, de corazón y a manos llenas, y que es justo lo que más necesita? El peaje que pagará por adaptarse a nuestra cultura enferma es la pérdida de la buena mirada. Hacia sí mismo primero; hacia los otros, detrás. Con la bondad se nace. La maldad se entrena.

En días de luchas fratricidas por la identidad en estas tierras, recordemos que en el fondo, y más allá de nuestras diferencias, todos estamos conectados y todos somos Uno. Todos tenemos una madre y un padre, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, y 32, y 48 y 96, tatata… abuelos, y si seguimos para atrás nuestras memorias ancestrales se entrelazan hasta llegar a aquellos viejos tempos en África. Remontados a nuestros ancestros todos somos pues hermanos de sangre y compartimos linaje; la hermandad es, sencillamente, pertenecer a la condición humana. Un dato.

Pero sentirnos hermanos depende de la construcción de un vínculo. La fraternidad emerge entonces como conciencia de que soy vínculo, hijo de los encuentros y de los desencuentros. Lo voy a decir una vez más: Somos vínculos. Esa es nuestra identidad.

La hermandad es conciencia de que tú y yo, todos, somos hijos de la vida; de que no estamos solos. Conciencia de que, a un nivel, aquí abajo de la bóveda celeste, todas las relaciones son horizontales. De que (agárrense que vienen curvas) sí, “yo soy yo y tú eres tú”, pero solo para sostener mejor el “tú eres yo y yo soy tú”. Conciencia de congéneres, de consanguinidad espiritual.

Un grupo de crecimiento personal, como los que propiciamos en TCI, es un espacio que facilita esa conciencia, que es una vuelta a casa. A la casa común. La fuente. La luz de todos. Una autoescuela donde entrenar y practicar cinco mil veces la buena mirada que quedó atravesada, hasta que, más fluidos con el embrague, el freno y el acelerador, y ya con menos volantazos, se convierta en una acción automática, como el conducir.

Cesar Cerón, «Confidencias»

Vamos hacia una sociedad de hijos únicos (y con partos gemelares), y España lidera esa tendencia. Miro en derredor y veo niños jugando solos con su pantalla amiga. Esta falta de experiencia fraterna de una generación con maquinitis acentuará aún más, a corto plazo, el individualismo. Estamos llegando al final de la Caída; vayan sacando los botes salvavidas.

Yo he tenido la fortuna de tener hermanos y aprender así en su entorno natural la cooperación y la rivalidad. Con mis hermanos jugué, intimé y nos explicamos, y hubo (hay) también dolor, no solo júbilo, apoyo y empatía. Las guerras más atroces, creo que ya lo he dicho, se libran en el interior de las familias. Primogénito pronto destronado, en las peleas con mi hermano aprendí, mal que bien, a marcar límites, a ocupar mi espacio. Y en la competición para conquistar a mamá o en el sortear los truenos de papá nos fuimos construyendo el uno frente al otro, en un entramado de rasgos polares y me pregunto qué dones míos se polarizaron en ti y quedaron en mí atrofiados; así que tú eres también, hermano, el espejo de lo que me falta. Ojalá nos encontremos pronto, para compartir esas y otras andanzas, expresarnos y escucharnos. Para mirarnos, si Dios quiere y como decía Stefan Zweig, con “los ojos del hermano eterno”.

El masaje Shantala y el desarrollo sano y equilibrado de nuestros hijos

Autor: Francesc Remolí – Psicólogo, terapeuta gestalt integrativo y craneosacral biodinámico. Instructor de masaje Shantala

El masaje Shantala para bebés, que introdujo en Occidente Frédérick Leboyer hacia los años cincuenta representa, aún hoy en día, un válido y necesario trabajo dirigido a las familias para promover la práctica concreta de unos principios y valores de salud y educación que nos devuelven a todos, madres, padres e hijos, la esencial conexión con nuestra naturaleza, la recuperación de nuestras capacidades de autorregulación y equilibrio y un saludable y nutritivo vínculo familiar.

Todo ello se podría traducir en un mundo más humanizado, con más Amor, y en un acompañamiento a la infancia que favorezca seres humanos menos enfermos y neuróticos, menos adormecidos y más conscientes y responsables, más vibrantes, más genuinos con sus necesidades y con las de los demás, más sanos.

Se trata de un trabajo profundo, que va más allá de la técnica de masaje para el bebé con aceite natural o de los ejercicios de yoga que lo dieron a conocer. Hablamos también de ocuparnos del cultivo de cualidades y principios esenciales que favorecen y potencian el desarrollo biopsicológico sano del niño en su encuentro nutritivo con su madre/padre. Me refiero por ejemplo a:

  • Presencia verdadera

Estoy aquí, ahora, contigo. De manera incondicional y abierta.

  • Entrega y disponibilidad

Estoy aquí para ti, disponible, respeto tu ritmo.

  • Amor admirativo y reconocimiento

Te veo, te reconozco como ser consciente e integral, admiro tu esfuerzo y te doy espacio.

  • Contacto delicado y sincero

Te lo expreso de voz y con mi cuerpo, de corazón, desde surgen mis manos, con mi tacto amoroso.

Leboyer comprendió la importancia y la necesidad de traer a Occidente este trabajo para bebés y familias. En aquella época los médicos y sus instrumentos eran los protagonistas del trabajo de parto y el miedo infundado llegó a anestesiar la sabiduría ancestral femenina. Las mujeres empezaron a dudar de sus instintos y capacidades innatas y naturales. Incluso se había popularizado, en la sociedad de la época, la idea de que abrazar, acariciar o mecer a un niño hacia peligrar su desarrollo como una persona independiente y bien criada.

No quiero insistir en una revisión sobre cómo hemos tratado a nuestra infancia a lo largo de la historia. El sentido común y el dejarse sentir esa energía resonante que viene del pasado, de nuestros antepasados e incluso de nuestra propia infancia, nos permite a la mayoría sentirnos quizás menos tristes.

Es importante apuntar cómo numerosos estudios vienen demostrando desde hace tiempo lo importante que es para el desarrollo biopsicológico sano del bebé recibir estimulación cutánea y un contacto regular y afectivo. Su ausencia conlleva graves perturbaciones en el desarrollo y crecimiento del bebé, así como serias dificultades psicoafectivas en su vida de adulto.

Desgraciadamente, por muy perjudicial que haya sido para millones de niños, que han crecido con trastornos, este enfoque y esta mentalidad que se encontró Leboyer en su época sigue con  nosotros.

Por suerte también, trabajos como los de Leboyer y de los contemporáneos Claudio Naranjo o  Evânia Reichert nos animan a salir de nuestra zona de confort y adormecida y superar nuestras dificultades y límites. La lucidez de estos maestros y sus propuestas para la prevención nos animan a todos a un activismo real para cambiar el mundo; sí, el mundo. Un activismo que nos lleva como adultos y padres/madres a revisar y cambiar la manera en que acompañamos y tratamos a nuestros pequeños, a nuestros hijos, a, como dice Evânia, nuestra infancia sagrada.

La alimentación y la salud física de nuestros hijos son aspectos muy importantes a los que se les presta hoy en día especial atención. Este hecho contrasta con la escasa consciencia sobre los daños emocionales y físicos que genera una mala calidad del contacto afectivo. Es aquí donde el trabajo Shantala se alza como una sólida oportunidad.

En los primeros meses de vida el amor se transmite mediante la piel; es necesario ser acariciado, abrazado, llevado en brazos, sostenido…, y esto requiere implicación, presencia, interés, responsabilidad, ternura, consciencia. El bebé que no recibe una adecuada y afectiva estimulación cutánea no puede integrar ni asimilar en su ser la experiencia de amor.

Para terminar, me gustaría señalar aquello que me hizo a mí, como padre de una niña preciosa, Flor, y como psicólogo, adentrarme en las beneficios profundos de esta práctica ancestral de la medicina ayurvédica. En concreto fue que, a diferencia de lo que sucede en otras técnicas y masajes terapéuticos infantiles, el trabajo Shantala debe ser realizado por los mismos padres, y durante el primer mes, especialmente por la madre. El instructor guía a los padres para que puedan desarrollar y asimilar las habilidades y los conocimientos originales a fin de poder realizar por sí mismos, y de forma autónoma, este trabajo terapéutico en su hogar con sus hijos.

Se trata, a mi entender, de una hermosa manera de creer en nuestras capacidades, en nuestra propia naturaleza.  Una manera de devolvernos lo que siempre ha estado en nosotros, vibrante, pulsante. Quizás este retorno a casa ayude en la transformación del mundo.

Algunas referencias bibliográficas:

-Reichert, E., Infancia, la edad sagrada, La llave, Barcelona, 2015.

-Naranjo, C., Cambiar la educación para cambiar el mundo, La llave, Barcelona, 2007.

-Leboyer, F., Por un nacimiento sin violencia. Mandala, Madrid,  2008.

-Montagu, A., El tacto: la importancia de la piel en las relaciones humanas, Paidós, Barcelona, 2004.

 

La respiració com a eina per a una educació conscient

 

Autora: Berta Fernández Falguera – Terapeuta corporal integrativa, psicopedagoga i educadora social, especialitzada en infància i família

Respirar és la forma més directa que tenim per a contactar amb les nostres emocions i el nostre cos. Quan una situació ens sobrepassa, respirar és una forma de donar lloc al que ens està passant. Què m’està passant mentre escolto o veig a l’altre? Què sento? Quines sensacions corporals tinc? És una eina que pot servir tant als infants com als adults. Tots necessitem de vegades parar i respirar per saber què ens està passant. És per això que podem incloure la respiració en la nostra vida quotidiana i també en els espais educatius: a les aules, a casa, en les relacions familiars…

Per començar a respirar d’una forma més completa podem posar-nos de peu, asseguts o estirats boca amunt, sempre i quan la posició ens permeti tenir l’esquena recta, el pit obert i el ventre lliure de moviment. Un entorn tranquil i silenciós facilitarà la nostra concentració i la relaxació. Tancar els ulls també ens pot ajudar a centrar l’atenció en la respiració. Podem col·locar una mà a sobre el nostre ventre i l’altre sobre el pit. A l’ inspirar, agafar l’aire pel nas o per la boca, intentant portar l’aire allà on tenim les mans, inflant la panxa i el pit, deixant entrar tot l’aire possible al nostre cos. A l’ exhalar desinflar el ventre i el pit deixant anar l’aire per la boca poc a poc, traient tot l’aire que teníem dins. Podem tornar a agafar aire per a repetir el procés.

La respiració és una acció que normalment fem de forma involuntària. Aprendre a respirar d’una forma més completa i conscient ens pot ajudar a prendre consciència del que ens està passant internament, ja siguin pensaments, emocions o sensacions corporals. Però quina relació hi ha entre la respiració i l’educació?

imatge respiració

Els nous models educatius que volen humanitzar l’educació tenen en compte l’acompanyament emocional com un aspecte central per al desenvolupament dels infants. Com a pares, mares i educadors, avui sabem que per a poder oferir aquest acompanyament, és necessari tenir informació sobre les etapes del desenvolupament infantil, observar les necessitats i interessos de cada infant, i revisar l’actitud i la manera d’acompanyar que tenim els adults. Si ens endinsem en aquesta darrera qüestió, com acompanyem els adults, ràpidament ens trobarem amb l’evidència què el propi caràcter es reflexa en la nostra forma d’educar o acompanyar. La nostra forma d’actuar automàtica i inconscient davant la vida, els propis bloquejos, emocions o necessitats no ateses, ens impedeixen atendre les necessitats de l’altre i acompanyar amb amor i respecte. És per això que necessitem una educació conscient.

Formacions com el Programa SAT per a Educadors, creat per el Dr. Claudio Naranjo, ofereixen la possibilitat de que els i les educadors/es facin un procés d’autoconeixement, i posin consciencia i atenció en el propi caràcter i les formes d’actuar neuròtiques que moltes vegades dificulten acompanyar a l’altre. Per als adults, detectar la pròpia por o incomoditat pot ser una gran ajuda per a no projectar-la a l’infant el “vigila! Fes-ho així! No facis allò!”. Ampliar la nostra escolta interna ens fa més responsables i capaços d’acompanyar els infants. Ser conscients dels nostres mecanismes neuròtics ens fa ser educadors més lliures; tenim més capacitat per a decidir si volem actuar d’una altra manera.

La teràpia corporal integrativa ofereix moltes eines útils per a l’autoconeixement i la presa de consciència de les pròpies emocions i necessitats, i una de les més importants és la respiració, una eina que ens permet ampliar la nostra presència. Ampliar la capacitat d’estar amb nosaltres mateixos (escolta interna) i amb l’altre. Una eina que ens permet enfocar la nostra atenció en el present, del qual moltes vegades estem desconnectats. Massa sovint vivim ancorats al passat, a emocions que vam sentir, recordant el que vam fer, o atrapats al futur, pensant en què farem d’aquí una estona, anticipant el que passarà. Des d’aquesta desconnexió resulta difícil saber què ens està passant aquí i ara, i encara més difícil escoltar què li passa a l’altre. La respiració conscient i l’atenció al cos ens porten al moment present.

A mi personalment, i en la meva tasca d’educadora amb famílies i infants, la respiració m’ha ajudat a estar més present amb les meves emocions, i a poder escollir si posar-les al servei de l’altre, de l’acompanyament. La respiració m’ha permès de tenir contacte amb el meu propi límit (ser conscient de quan alguna cosa no em va bé, m’incomoda o em molesta) i a poder-ho expressar. M’ha ajudat a posar límits i a poder confrontar els altres. Això ha suposat un canvi en la meva vida personal i també en la meva feina. És per això que per mi la respiració és una eina per a caminar cap a una educació més conscient.

Aprender a relajarse y estar concentrado

 

La meditación como herramienta en las aulas

 

Autor: Toni Aguilar – Médico, terapeuta gestalt y corporal integrativo. Director del Espai TCI

 

La meditación es un método de introspección universal, que está presente en muchos enfoques espirituales y otros caminos de autoconocimiento.

Los nuevos modelos educativos contemplan la meditación como una herramienta de gran utilidad en las aulas. Se busca entrenar y desarrollar la mente en sus dos capacidades básicas: la concentración y el darse cuenta en el aquí y ahora.

En la actualidad, Occidente está buscando en Oriente, con una mirada científica. Se estudia, se clasifica y se hacen experimentos para descubrir qué es lo que acontece en la mente de un meditador, que es una persona que se relaja y aprende a centrar su atención, ya sea en un concepto como el amor, en la compasión o simplemente en su respiración.

Los resultados de estas investigaciones son contundentes. Tras colocar electrodos en las cabezas de monjes expertos en meditación y conectarlos a un escáner, se observó cómo se activaban diversas zonas del cerebro asociadas fundamentalmente a la capacidad de aprender e incluso de ser felices. Mediciones todas ellas contrastadas con un grupo de control compuesto por personas que no habían meditado nunca.

Un monje, en concreto, presentaba tal activación de un núcleo del cerebro asociado a la felicidad que los científicos dedujeron que es la persona más feliz del mundo.

Fruto de este experimento se concluyó que podemos entrenar el cerebro, que se puede cambiar su estructura de la misma manera que la práctica del deporte desarrolla nuestra musculatura y habilidades como la flexibilidad o la agilidad.

Otros experimentos evidencian cambios en la producción cerebral de ciertas sustancias, los llamados “neurotransmisores” (de la serotonina a las endorfinas, entre otras muchas), que mejoran nuestra claridad mental, nuestro enfoque y nuestra concentración, reduciendo así el miedo, la ansiedad y la depresión.

niño meditando

En los nuevos modelos educativos, como el que propone el psiquiatra Dr. Claudio Naranjo, la práctica de la meditación tiene un lugar en las aulas, ya que es uno de los métodos terapéuticos más eficaces y seguros. La quietud de la mente hace que la conciencia se vaya ampliando, y el darse cuenta en el aquí y ahora nos enseña a encontrar soluciones creativas a nuestros problemas cotidianos, y a gestionar mejor nuestro mundo emocional.

En definitiva, la meditación es una herramienta muy válida no solo para el educador, que a menudo siente la presión de una estructura rígida y demandante, sino también para el alumno, que puede encontrar en esta técnica una actitud de vida que apunta a la salud y al aprendizaje.