Cuando el amor no basta….

Autor: Miguel Ángel Tena – Terapeuta corporal integrativo y gestalt.

Pocas palabras han sido tan arrastradas por el lodo como el “amor”.

Frases como “me da miedo amar” han sido tópicos de incontables libros y películas, y en la actualidad siguen muy presentes en el imaginario emocional público. Cuando quizás sólo parándonos algunos años, podríamos ver fácilmente que lo que “da miedo” es sufrir y que nos dejen, como miedo nos daba la oscuridad cuando éramos pequeños, que no hemos cambiado tanto, que aún somos muy niños y seguimos intentando saciar una sed de amor en el presente que se originó en el pasado.

Hablamos mucho de “tal o cuál persona me quiere”, de “lo que me quieren mis amigos”, de: “mis padres me quieren mucho”, o incluso: “Todos mis compañeros de trabajo me quieren, ¡jo!”. Pero pocas veces, o de forma meramente tangencial, nos ponemos nosotros como adultos, en el centro de la frase, y decimos: “Estoy con una pareja a la que soy capaz de amar”, o: “Soy capaz de amar a un hombre/mujer en vez de a vari@s”, y menos aún amamos a alguien que sabemos que no nos corresponde.

Por esta última frase dudaba si el título no sería: “El amor como moneda de cambio”; que era el otro que se me ocurría.

TCI1

Cuántas atrocidades han sido cometidas y se siguen cometiendo en familias, empresas y países, no ya por el amor en sí sino por la promesa de recibir algo de amor; en cualquiera de sus formas, ya que para algunos el amor es “sexo”, para otros es “dinero”, para otros es “que me dejen tranquilo», para otros es “confianza”, para otros es “poder”, etc., etc.

Tendemos a valorar más a la gente que nos quiere que a la que somos capaces de querer. Y a tener muy claro quién nos llama, quién nos cuida y quién nos mima, en lugar de hacerlo nosotros (salvo que sea para pasar después la “factura” que tan “altruistas” acciones lleva asociada).

¿Qué sucede, que somos incapaces de darnos todo ese amor que necesitamos y que no cesamos de pedir y exigir fuera de diferentes maneras? ¡Pero si sabemos que el amor empieza por nosotros mismos y que no podemos dar lo que no tenemos! ¿Cómo es que, siendo tan sabios, tan leídos y habiendo hecho taaanto proceso y taaantas formaciones, seguimos enganchados en la herida básica? ¿Será que estamos irremisiblemente dañados? ¿Que la única salida real será aceptar que estamos como estamos, en lugar de fantasear con “curarnos” y “mejorar”? Yo, personalmente, desconfío de cualquier “mejoría” que no haya pasado por aceptar mi estado actual real.

TCI2

Es mucho más cómodo estar en permanente estado zen, habiendo superado ya esa nadería de las emociones, siendo capaz de amar a todo el mundo y con una eterna sonrisa sesgada de compasión hacia “los otros”

Amor y heridas de amor. Así resumía Antonio Pacheco la razón de toda la terapia que estamos haciendo. Claudio Naranjo habla de “los tres amores”; para Thich Naht Hahn: “Yo soy tú y tú eres yo”. El mismísimo Schopenhauer, etiquetado como el pesimista más sistemático del pensamiento occidental, escribió El amor y otras pasiones, donde hablaba del amor como “el mecanismo que la madre Naturaleza tiene para seguir preservando la especie”. No hay un solo literato o autor, del romanticismo hasta el nihilismo, que no hable del amor; sea para ensalzarlo, sea para negarlo o aborrecerlo.

Podemos ahora, sacudido un poco el avispero, buscar sinónimos aceptables y adaptables a nuestras terrenales y fútiles vidas de esa palabra de tan pocas letras, tantos significados y tan difícil de abarcar para mí como es “amor”. Me vienen a la cabeza palabras como “respeto”, “cariño” y, al corazón, palabras como “compasión” y “aceptación”, e incluso alguna sensación corporal, que traducida al sonido sería algo así como “equidad”, “horizontalidad”.

Así pues, cuando el amor no basta, en ignorante me he de convertir para sobrevivir. Mi ignorancia hace que me vea perfecto y con capacidad para, además, dar lecciones de cómo vivir, lo cual ufano y orgulloso me vuelve. Mi orgullo hace que muestre mi vanidad, la cual hace que secretamente me compare con los demás con mi envidia. Que hace que atesore avaramente gente que me ama, no sea que me asalte el miedo a quedarme sin ese amor que tanto intuyo que necesito. Y ese miedo me lleva a fabricar golosas ilusiones de que todo está bien, negando lo que está mal y duele, hasta insensibilizarme tanto, tanto que apenas puedo llamarme humano y sí, hombre-máquina.

Naturalmente, este artículo no está escrito para ninguno de los que lo leeréis; es sólo para “los otros”, los que no saben qué es el “auténtico amor”.