Caminar conmigo

Autor: Guillermo Vidal-Quadras Trias de Bes Gestor de patrimonios y escritor a ratos muertos.

TCI: Terapia Corporal Integrativa. Es una formación de tres años. Un conócete a ti mismo del siglo XXI. No voy a contar nada más sobre ella, tan solo cómo, yo, Guillermo, un clásico gestor de patrimonios de 59 años, he acabado aquí.
—He venido porque me lo han pedido. Soy agnóstico y bastante descreído (una redundancia) de todas estas “cosas”.
—Mira, Guillermo, si estás sentado en este sillón, es porque tú has entrado con tus propios pies.
Este fue el primer diálogo que cruzamos, Diego, mi terapeuta, y yo, hace cinco años. Diálogo casi tan mítico como el de Johnny Guitar y Viena. Yo no sabía nada de nada del carácter, la gestalt o el eneagrama. Y si alguien hubiera dicho “TCI”, probablemente habría pensado que era un modelo de Volkswagen. Por no saber, no sabía ni que tenía un ego, o varios, y que bajo tantas capas escondía mi ser.
Quiero hacer una puntualización que para mí fue importante y que puede ser de utilidad para quien me lea. Yo no llegué a la formación por mi curiosidad, o mejor dicho, por mi propia prospección.
Llegué de forma natural, fue un proceso. Primero hice dos años de Desbloqueo TCI. Diego (otra vez Diego), un día que le debí comentar lo patoso y ridículo que a veces me sentía con mi propio cuerpo en público (actuando, moviéndome y luchando contra el qué dirán), me dijo: “No sabes lo bien que te iría apuntarte a Desbloqueo”. ¿Desbloqueo?.
Mi curiosidad, ahora sí, hizo el resto y me apunté a una prueba. Una prueba donde la gente bailaba, se abrazaba y respiraba; sobre todo respiraba. Y yo, igual que Obélix: “Están locos estos romanos”. Y a la vez, atraído por este nuevo mundo tan extraño.
Estuve en desbloqueo dos años. Al primero falté a más de la mitad de las sesiones, lo pasaba muy mal antes de ir; la vergüenza de exponerme, de mostrarme, y porque me pilló un cáncer tonto del que estoy muy bien, que me hizo perder un par de meses. En la última sesión de mi debut, sucedió algo tan maravilloso que me hizo ver que tenía que repetir curso y atreverme, ahora sí, a quitarme los calcetines. Cosa que no había logrado ni un solo día en esos meses.
Para quien desee hacer la formación y, como yo, sea un profano, creo que es una muy buena introducción el desbloqueo semanal. Ayuda mucho a comprender la base de muchos de los ejercicios que son esenciales en la Formación; comenzando por la propia “posición de arraigo”, que es el “mi mamá me mima”, la caligrafía de la terapia corporal.
Fue ese segundo año de desbloqueo, tras las tres sesiones de sexualidad, donde aprendí otra de las citas TCI míticas. Esta vez la pronunció Maribel, o puede que María (mis cicerones desbloqueantes): “El límite es una opción”. Es la frase más maquiavélica que he escuchado en mi vida. Es como decir: Hay un límite, siempre lo hay, respétate, pero yo te invito a que te des permiso para traspasarlo. Toma ya. Respétate y atrévete.
No me desvío, vuelvo. Tras una de aquellas sesiones, al contársela a Diego, me dijo: “No sabes lo bien que te iría (esta frase también está en mi antología) hacer la Formación de TCI”. “Pero si a mi edad ya no voy a ser terapeuta ni tampoco lo pretendo”, le dije. “Guisheeeermo, como proceso de conocimiento personal.”
Y ahí me veo yo y mi curiosidad, al miércoles siguiente, en el Espai, rellenando la hoja de inscripción para la formación de TCI.
“Diego, me he apuntado a la Formación.” “Qué bien te van a ir estos tres años.” ¿Tres años? Ni lo había mirado.


Ahora que escribo estas páginas, ya llevo dos años, 18 talleres (faltan dos por el COVID) y dos stages. No voy a contar nada del contenido. Creo que es mejor. Para mí ha sido esencial ir casi in albis. Sí, me han ayudado mucho los dos años de desbloqueo, de ahí la recomendación, pero cuando comencé la Formación continuaba siendo un lego casi total en el mundo terapéutico y, por descontado, en todo lo que tenía que ver con el Carácter.
Recuerdo una de las primeras ruedas, no sé si el primer o segundo Taller. Al intervenir, dije: “Para mí, esta formación es un camino, un camino desconocido que deseo recorrer observándolo, sintiéndolo, perdiéndome y encontrándome, sin saltarme ninguna de sus estaciones”. Esta es la esencia con la que lo estoy haciendo. Con la suerte, en mi caso, de vivirlo sin ninguna presión por la necesidad de un título, sino por el puro placer (y sufrimiento, que no todo descubrimiento es placentero) del autoconocimiento.
No sé si fue en esta misma rueda que dije que para mí también era esencial el grupo, ir descubriendo a cada una de las personas que me iban a acompañar en este trayecto vital. Es maravilloso ver cómo se han ido dibujando, de ser un simple garabato inicial a un hermoso y complejo retrato. Quizá mi carácter haga más fácil lograr lo que voy a decir, pero creo que tan importante como la formación es el grupo y cómo se nutre fuera del espacio meramente formativo: las vivencias, esos lapsos de tiempo, los descansos, las comidas, algunas actividades extraescolares. En nuestro grupo (el Q) hemos tenido un bar virtual en pleno confinamiento, el bar de Willy, a veces muy concurrido y otras menos, donde nos vamos abriendo. El factor humano se nutre de estas pequeñas cosas.
No he dicho nada de lo que significa la Terapia Corporal Integrativa. Espero que no fuera eso lo que perseguía Imma cuando me animó a escribir estas líneas. Desde la osadía que da la ignorancia, digo: Es el proceso necesario para poder mirar nuestra herida infantil, sostener el miedo que nos lo impide, atravesando esa coraza corporal y muscular que nos ha permitido sobrevivir a no haber sido amados simplemente por SER.
Y acabo con la frase que Italo Calvino pone en boca de Marco Polo al final de “Las ciudades invisibles” y que memoricé para el taller de Catalina (vaya experiencia), el de los personajes internos: “El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”
De todo esto trata la formación TCI, de volver a dar espacio a nuestro ser y rescatarlo de entre nuestros egos y personajes, nuestro particular infierno.

Un Hombre notable

Autor:  Cherif Chalakani  – Inspirado por un vínculo afectivo de 40 años con Claudio Naranjo ha creado «Espacios Nacientes» y coorganiza con su compañera, Katrin Reuter, el SAT entre Francia y Alemania.

[Hoy hace un mes, partió el Dr. Claudio Naranjo (1932 Valparaíso, Chile – 2019 Berkeley, EE.UU), inspirador del Espai TCI, Hemos querido recordarle en la glosa de uno de sus más cercanos colaboradores.]

Es un hombre excepcional el que acaba de dejarnos, un hombre que vivió incansablemente animado por una sed de conocimiento y por una sorprendente capacidad de crear puentes teóricos y prácticos entre disciplinas tan diversas como la psicología, la espiritualidad, la música, las plantas sagradas… Al igual que los grandes hombres del Renacimiento y de la Ilustración, Claudio nos ofreció una integración, una síntesis moderna de caminos generalmente separados, el de la ciencia, el del arte y del despertar espiritual.

Psiquiatra, pianista de conservatorio, autor, tocado por la gracia del ser, conoció en el camino de su vida a Tótila Albert, Fritz Perls, la profunda tristeza de la muerte prematura de su hijo Matías, Idries Shah, Oscar Ichazo, Bob Hoffman, Suzy Stroke, Muktananda, Tarthang Tulku… Abrazó con su corazón la complejidad de la condición humana, la de nuestro sufrimiento humano.

Participó en la década de los sesenta del movimiento californiano de contracultura, del acercamiento entre las tradiciones espirituales occidentales y orientales. Nos legó una contribución decisiva en el desarrollo del Proceso Hoffman. Fue pionero en la psicoterapia transpersonal y en el uso terapéutico de las drogas psicotrópicas. Desarrolló el eneagrama de la personalidad, incluyendo la psicología de los eneatipos y diseñó el programa SAT, un laboratorio de exploración de nuestro potencial de amor. Trabajó en el área de la Educación como una forma de transformar el mundo. En un paisaje contemporáneo que está perdiendo valor y orientación, nos brindó luces sobre las dificultades creadas por el mundo patriarcal, ofreciéndonos diferentes salidas y vislumbrando una profunda confianza en nuestro potencial de autorregulación y de ayuda mutua.

Es en la gran hermandad generada por Claudio, que Katrin y yo crecimos, nos conocimos y nos reconocimos. Bajo su confiada dirección, unimos nuestras intenciones y fortalezas para organizar desde 2009, con el apoyo de todo el equipo del Instituto, los diversos ciclos del programa SAT, celebrado entre Francia y Alemania. Un maravilloso y poderoso seminario multicultural, un espacio único y privilegiado para desarrollar el valor de Ser y compartir el misterio de la presencia en nuestras relaciones.

Igualmente otros talleres internacionales de gran audacia experimental tuvieron lugar:

En Todtmoos en 2010, posteriormente en París en 2012, donde Claudio presentó los Eneatipos y Subtipos frente un público internacional. En Montpellier, en 2015, un intenso encuentro con el genio de Balzac fue una oportunidad para reconocer y representar a los distintos personajes de la Comedia Humana a la luz del eneagrama de la personalidad. En Bad Meinberg en 2016 y en ZIST en 2017, su delicada sensibilidad musical nos permitió escuchar y comprender el significado y la esencia de la música clásica, como un lenguaje sutil hacia lo trascendente. El año pasado en Bremen, con una salud ya de por sí frágil, nos guió, desde su casa de Barcelona, en un viaje por los infiernos, los purgatorios y los paraísos de las personas autorrealizadas. Su experiencia de vida y su aguda conciencia de una muerte cercana dieron a sus palabras, la fuerza de un testamento personal sobre los desafíos de la aventura espiritual.

¡Qué hermosos regalos!

El equipo del SAT Francia Alemania echaremos de menos la visión clara de Claudio, y ahora sin él, nos toca iniciar una nueva etapa. Por nuestra parte, es con gratitud que recibimos su legado de sabiduría y nos comprometemos a cuidarlo, permaneciendo fieles al espíritu de sus enseñanzas y a nuestra propia madurez y creatividad.

Una ceremonia de cremación tibetana dirigida por Tarthang Tulku tuvo lugar el 18 de julio en Odiyan, California (en la foto). Sus cenizas permanecerán en este templo, su hogar espiritual, cerca de las de su hijo.

Cuando el insight no basta

 

Autor: Manuel Cuesta Terapeuta.

En Pactar con el diablo, el personaje que interpreta Al Pacino dice: «El mayor logro que ha conseguido el diablo es hacer creer que no existe», y lo dice el mismo diablo. La neurosis no solo es un comportamiento desactualizado, que reacciona condicionado por el pasado en lugar de responder libremente al presente sino que, además, implica falta de conciencia de nuestro adormecimiento, de hasta qué punto somos autómatas, de que no hay conciencia creyéndonos que sí la tenemos.

Hemos organizado la vida y la sociedad en torno a esa falta de conciencia, a la que también podríamos llamar desconexión. Desconexión de uno mismo, un «no estar con lo que uno es». Nuestro estilo y ritmo de vida están pues orientados a sostener la desconexión, la neurosis, el ego, el autómata.

Una de las formas en que consolidamos esa desconexión es la velocidad, la prisa, el estrés. De todas las enfermedades, la más extendida y normalizada es el estrés. En cierto modo está bien considerado tener una vida con mucho trabajo, llena de proyectos, viajes, actividades…, no parar. Las palabras clave son «llenar» y «no parar». Incluso una vida relajada, más tranquila, no está bien vista, aunque sea anhelada por algunos. La velocidad mata. Literalmente. Y nos asegura no enterarnos. Seguir en la inopia. Da igual el ámbito en que se dé.

Paradójicamente, no es diferente en el mundo terapéutico, donde parece darse incluso  con mayor intensidad. Como terapeutas, la responsabilidad es doble si no queremos caer en la hipocresía. Y, por favor, no se sientan excluidos los meditadores de esta plaga.

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Tiempo. Necesitamos tiempo para darnos cuenta de lo que nos ocurre y tiempo para integrarlo, para que no se quede en un esbozo mental cualquier proceso que hagamos. Tiempo para no hacer nada, para sólo sostener la experiencia de cuanto sea que nos pase. Y aún más cuando estamos en terapia, en formación o en cualquier proceso que implica explorar, investigar, abrir, reconocer, tocar, revivir, recolocar… y que la conciencia lo abrace. Prisa y conciencia son antónimos.

Desde mi punto de vista, eso que llamamos «insight» (el «darse cuenta» de manera profunda y clara de algún aspecto propio o situación) no implica conciencia en sí mismo. Creo que es el tiempo que brindamos a la experiencia, el sostener ese insight, lo que permite que la atención se pose sobre uno y, progresivamente, aparezca una conciencia que aumenta, que abraza y (re)conoce el proceso.

La conciencia, aquello que permite la transformación, no se da de forma inmediata. La expresión «dejar que la experiencia se pose por sí sola» me parece muy adecuada; y añadiría: «con atención continua». El maestro budista tibetano Sogyal Rimpoché suele repetir: «Si a un vaso con agua le echas tierra pero no haces nada, el agua, por sí sola, se vuelve clara». Si tomamos el tiempo necesario para observar el proceso, una y otra vez, podemos tomar conciencia verdadera de lo que solemos llamar «regulación organísmica». Es decir, los procesos llegan de forma natural a un equilibrio sano, se autorregulan. Nosotros, como terapeutas, necesitamos incorporar con urgencia esto en nuestras vidas. Si no, es imposible que nuestros pacientes lo reconozcan. Recibirán un mero fantasma, algo ficticio, un «creo que sí pero no». Y vuelta a empezar.

Para que lo despertado, lo reconocido, se transforme en conciencia de sí, debe ocurrir en un espacio de presencia y atención. Dice Thich Nhat Hanh que la actitud de atención plena es «estar en lo que haces, mientras lo haces». Pero si preguntamos a los alumnos y pacientes cómo han llegado al insight dirán que no lo saben. Si preguntamos cómo han permitido llegar a ese vislumbre, qué han hecho ellos para que eso ocurra, no sabrán qué responder, en la mayoría de casos. ¿Dónde estaban entonces? ¿Dónde estaba su atención?

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Necesitamos bajar el ritmo, ir lentos, ampliar el foco de atención para que la conciencia pueda reconocer el proceso. Es una responsabilidad como terapeutas pero también lo es para los alumnos, para todo aquel que desee ir dando pasos en el camino de vuelta a casa. Si no, como Pulgarcito, Ulises, Le Mat o Neo, estamos condenados a perdernos de nuevo.

Aprender a reconocer el espacio, además de las figuras. Evitar que la actitud en el proceso sea pasiva, evitar que haya más expectativa en el fruto que en la transición. Durkheim dice con claridad que «la madurez del ser humano radica en trabajar con constancia en el milagro». Corremos el riesgo de vivir (o provocar, según el rol en el que cada uno esté, paciente o terapeuta) un alto volumen de experiencias intensas, una sucesión de fuegos artificiales pero que, sin una pedagogía de la conciencia, se desvanecen como espejismos tan rápido que ni hay tiempo a que duela su pérdida. Grandes insights, pero poca capacidad para sostenerlos.

En mi opinión esto genera también un movimiento colateral: dependencia. Dependencia hacia formaciones y una búsqueda de más experiencias (porque es obvio que aportan momentos de profundo encuentro y plenitud), más que libertad (porque al no saber cómo sostener la experiencia, se cierran rápido las ventanas de la conciencia y difícilmente pueden llevarse esos frutos a lo cotidiano). El ego lo atrapa todo y no es poco común encontrar cómo muchos pacientes (y todos los somos) acaban siendo devoradores de experiencias, transformando el camino en un fast food espiritual y terapéutico, en otra forma de consumo y distracción.

Es el trabajo continuo con la atención lo que permite la toma de conciencia, y la conciencia da paso irremediable a la compasión. El insight es el prólogo del viaje, el fogonazo, la chispa. Tiempo, espacio, silencio, largos silencios. Tiempo para que se pose lo que tenga que posarse. Observar el oleaje interno. Ver cómo aparecen las adicciones, el deseo de distraerse, a volver a lo de siempre. Reconocer el aroma de lo nuevo. Y ver cómo igualmente se pierde. Se desvanece. Reconocer el oscurecimiento. Y que haya tiempo para que duela. Sostener el dolor de la pérdida. Porque si hay atención, duele perder ese nuevo estado. Y es el dolor de la pérdida de uno mismo el mayor combustible para la transformación, para seguir el camino con menos reclamo y más implicación.

boyero5-shubun

«Necesito del látigo y la soga.*
De lo contrario podría escapar en los polvorientos caminos.
Bien adiestrado, es de espíritu dócil.
Entonces, sin dogal, obedece a su dueño.
»

Poema de Kakuan, La búsqueda del Buey, Japón, s. XII

Tabla pintada, Tensho Shubun, Japón, s. XV

Donde, para mí, la soga es la atención.

Fotos: Manuel Cuesta Duarte, derechos protegidos

El día que conocí a Antonio Pacheco

Autor: Oscar Fontrodona – Terapeuta gestalt y corporal integrativo

Este lunes 16 de mayo, la Sala Bruc del Espai TCI se llenó para despedir a Antonio Pacheco, el creador de la terapia corporal integrativa, fallecido en Vitoria a los 68 años, lúcido y rodeado de seres queridos, tras una larga dolencia.

Familiares de Antonio, terapeutas, ayudantes, alumnos… pudimos expresar en este homenaje barcelonés la gratitud por todo lo que hemos recibido de él. Su hijo Igor leyó una de las poesías de Antonio, Oración a Dios, hicimos una meditación para ayudarle en el tránsito y le lloramos ante un vídeo con imágenes de su vida.

Fue una ocasión para el reencuentro de compañeros de viaje que nos habíamos perdido la pista. Fieles al espíritu dionisíaco de Antonio, cerramos animadamente con un opíparo picoteo de productos vasconavarros, salpicado de tantas anécdotas e historias que contar.

Carismático y genial formador de terapeutas, Antonio fue mi maestro en los SAT y en el TCI, esa formación tan vivencial que se trajo de Vitoria a Barcelona hace ya tres lustros, y que llevó hasta las tierras mayas de Chiapas.

Antonio Pacheco en Chiapas

Antonio Pacheco en Chiapas

Su muerte me sorprende con uno de sus libros entre las manos, Ego, esencia y transformación. Ahí resume la filosofía de la TCI, donde la I de «integrativa» responde a las inteligencias múltiples (de la música al cuerpo, pasando por la reflexión filosófica…) de Antonio, un ser dotado para aunar técnicas de lo más variopinto.

Subrayar sus palabras me devuelve al día en que Toni Aguilar me llevó hasta él, a una masía de La Garrotxa donde Antonio iba a impartir un primer stage de TCI sobre «el ego» y me invitaban a probar la medicina. Me invade la gratitud al recordar aquel privilegio. Ante el portón de La Comademont, me recibió la sonrisa bondadosa de Antonio y cuando me quise dar cuenta cuenta ya había traspasado el umbral de un camino sin vuelta atrás.

Antonio Pacheco en La Comademont

Antonio Pacheco en La Comademont

Vaya si me enteré aquel fin de semana de qué iba el ego. Cuando llegó el momento de pasearlo, de mostrarle a aquel grupo (al mundo) mi locura, escrita en una cuartilla mal pegada con celo al pecho, hube de vérmelas con mi dolor y mi vergüenza, y con mi presteza para desconectar de mi dolor y mi vergüenza. Tras aquel rito iniciático, Antonio me recogió, señalándome un camino: «recuperar la alegría de vivir, que es lo que trajiste como niño al nacer», y un método: «si el ego se forma en relaciones enfermas, en relaciones sanas se sana». Quería volver a aquel lugar y tomé la decisión de hacer el TCI.

Antonio fue un maestro muy cercano, que siempre se alegraba de verme, de sonrisas y abrazos recios que calentaban el corazón. Alguien con quien podías contar, disponible a todas horas. Mientras iba reencontrándome en mi grupo de TCI con las emociones perdidas, en los trabajos de repente tenía la sensación de que hablaba para mí. Formaba parte de la magia que estaba viviendo. Sentía que él me conocía. Me he sentido muy reconocido por Antonio. Me miró con benevolencia, más allá de mis personajes internos y mis neuras. Es una experiencia compartida, me consta, por muchos compañeros de viaje. Esa mirada fue sanadora y un aliento para seguir.

Qué gran regalo sentirme aceptado tal como era. Un día, en un taller, nos preguntó qué queríamos ser. Sentía que los demás sí lo tenían claro, y ahora qué digo y se acaba la rueda y ya no puedo esconderme más. «Siento que siempre he ido a la deriva», confesé al fin, muerto de vergüenza. «¿Pues sabes, Oscar —sonrió—, que no es mala manera de ir por la vida?».

Antonio era paternal y yo tenía todos los números para hacer con él transferencia paterna. «De niño —explicó aquel día que le conocí—, no eres aceptado como eres. Queda un fondo de gran soledad. Hasta que sientes que puedes ser aceptado como eres por un ser humano. Necesitas encontrar al menos una persona que te reconozca como ser humano». Más tarde, en el trabajo de los SAT, tuve ocasión de reparar a través de él el maltrecho vínculo con mi padre, y tengo para mí que gracias a esa limpieza pude ser padre yo también.

El vínculo que establecí con Antonio me ayudó a sentir mi pertenencia a lo masculino, a restablecer mi vínculo con el hombre. Aún me inspira su arriesgar, su ir a por lo que quieres, la determinación para atravesar los obstáculos que se interponen en el camino de tu deseo. Un bregador, era Antonio. Su propuesta era atreverse a ser y —dijo aquel día en la Coma— «recuperar la capacidad de fluir en libertad… desde un contacto esencial: no querer el placer del otro, la alegría del otro, es una traición al otro».

Tan vital… Las cenas con él llevaban al alba ¡y al día siguiente tocaba madrugar!, y no eran veganas. Se te contagiaba aquel hedonismo tan de Antonio, un sacarle el jugo a lo bueno de esta vida, mitad estarse en el disfrute y mitad en la curiosidad.

Porque Antonio era corazón pero lo que a mí me admiraba más de él era la fuerza. Se me antojaba imponente. Un día nos dijo haber pesado casi seis kilos al nacer, en Valencia. Esa gran energía le ayudaba a mover grupos grandes como yo no he vuelto a ver. Su capacidad de trabajo era legendaria. Y una palabra clave de su pensamiento, que está por reivindicar, es «impulso».

Me acostumbré a su entrega, a aquel darse. Los talleres de Antonio sabías cuándo empezaban (un pelín tarde) pero no cuándo iban a terminar; podía ser las ocho como a las once; imposible quedar para después. Daba mucho, y se nutría de sus alumnos, claro. Nos hacía partícipes de sus últimas lecturas y descubrimientos, que él integraba mientras se los escuchaba decir.

Tenía el don y el gusto de la palabra. Era el suyo un lenguaje claro, entreverado de humor políticamente incorrecto. En aquellas charlas y trabajos con él me fue calando, gota a gota, ese «humanismo transpersonal» que luego he reencontrado en nuevos viajes y que me ayuda a orientarme en los oficios de vivir y del acompañar terapéutico.

Tenía pasión por transmitir conocimiento y enseñanzas; para mí que siempre conservó algo del maestro de primaria que fue en su juventud («comparado con la educación, lo demás es trivial», sentenció el día que lo conocí). No es extraño que creara La Llave, editorial imprescindible que da a conocer en España maestros de la psicoterapia y la tradición, como el clarividente Baba Om Tom Heckel, que estuvo a su lado en el último suspiro.

La música, una de sus pasiones

La música, una de sus pasiones

Yo le he visto ponerse bravo; él, que tuvo cargo político en el País Vasco de los años de plomo, no le hacía remilgos a los broncos juegos de poder. Y a la hora de negociar los dineros, sacaba al jugador de póker profesional que había sido; para hacer gala después de una generosidad desprendida.

Como dicen que pasa con todos los buscadores, Antonio vivió también su noche oscura, cuando la vida le atizó un par de golpes, en especial el abrupto desplazamiento del SAT, el proyecto de Claudio Naranjo que impulsó durante veinte años de su vida. Me alegro de que al final se haya reconciliado con Claudio.

Antonio se despide de nosotros con estas palabras:

«No llores en mi tumba, no te aflijas, recuerda que me enfrenté a la muerte con conciencia y que me fue concedido el tiempo necesario para despedirme y reconciliarme con la vida con dignidad. Recuerda que mi vida fue plena, que fui un buscador afortunado, que al final de mis días encontré la paz y la unidad, me reafirmé en el sentido de la vida que ya creía.
El principal sentido de la vida es conocerse a sí mismo, para saber que hemos venido a este mundo a aprender y a dar. Yo siento que he cumplido mi misión y que puedo entregarme a la muerte en paz.»

Así sea.

Despertar la mujer que eres

Autora: Aina Cortès – Terapeuta corporal integrativa

“Los seres humanos no nacen para siempre

el día que sus madres los alumbran,

 sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.”

Gabriel García Márquez

A medida que me sumerjo en conocerme como mujer, observo cómo más allá de todo lo que he ido aprendiendo, indagando, tomando consciencia y reparando en terapia sobre el carácter, la neurosis, la coraza… ocurre algo igual de profundo y condicionante que es el hecho de ser mujer en una sociedad enmarcada por el sistema patriarcal. En el proceso no me dejo de sorprender, conmover y apasionar.

Me voy dando cuenta de que una importante parte de mi dolor está relacionada con el lastre cultural que de manera inconsciente conllevo y tengo incorporado por el solo hecho de haber nacido mujer; cómo en mi herencia genética y cultural está impresa la historia contada y la no contada. De repente, poner luz a esta dimensión de mí que ha permanecido en la sombra durante toda mi vida está siendo revelador. Por un lado voy tomando consciencia de los corsés que me constriñen y por otro, estoy volviendo a conectar y reconocer la gran sabiduría, potencial y placer que alberga mi naturaleza.

Me pregunto cómo hubiera sido mi vida si mi familia, la escuela, el medio envolvente en que me crié y desarrollé, me hubiera invitado a seguir mi instinto de curiosear y experimentar con mi cuerpo, me hubiera transmitido que este es perfecto tal como es y no le falta nada, que precisamente es el que me indica lo que me hace bien y lo que no, que funciona en una unidad con mi mente, que las emociones e instintos son bienvenidos, que el placer es fuente de salud, que mi útero y mi vagina son lugares sagrados a cuidar y respetar, que no me hace falta negarme para ser amada, que puedo decir “no” y poner límites, que el sexo va muchísimo más allá del coito, que es liberador hablar de lo que me pasa y preguntar las dudas que tengo, que soy distinta del hombre pero no inferior, que mi cuerpo es cíclico como la naturaleza y cada fase tiene un gran potencial que es un regalo para mí y el mundo, que yo no tengo que satisfacer a nadie sino estar conectada conmigo misma y desde ahí compartirme y disfrutar con otra persona, que estar con otras mujeres no implica competir ni compararme sino aprender, nutrirme, crecer, amar y sanar.

Cómo hubiera sido mi vida si en vez de vivir mi sexualidad de mujer bajo el yugo de la ocultación y el pecado, hubiera compartido y celebrado mi primera menstruación, hubiera sido natural hablar del vínculo sexual y experimentarlo abiertamente conmigo misma y con otras personas. Si me hubieran contado todo lo que puede llegar a experimentar mi cuerpo, me hubieran acompañado en el tránsito de dejar de ser niña y pasar a ser joven y luego, mujer adulta.

Cómo hubiera sido sin la represión sexual que el patriarcado ejerce tanto en mujeres como en hombres sobre el cuerpo, el alma y la psique. Seguramente sería mucho más libre, espontánea, equilibrada; tendría herramientas para gestionar mi salud mental, emocional, física y espiritual. Sería capaz de escuchar mi cuerpo, mi necesidad, mi verdad. Me relacionaría sin tabús, expresando con naturalidad mi sexualidad y mi esencia. Probablemente viviría conectada al deseo, al placer, a la ternura, al cuidado, a la vida y podría ofrecer lo mismo al mundo.

 

Me alegra saber que no me lamento por lo que podría haber sido, porque sé que tengo la capacidad, a partir de aquí y ahora, de que esto sea posible. No niego que mis heridas están, mi estructura caracterial está, mi inconsciente programado de creencias limitantes también está y la sociedad sigue presionando para mantener el orden establecido. Pero mi cuerpo no ha olvidado lo que centenares de generaciones anteriores fue. Algo va cambiando en mi interior cada día con más fuerza a medida que me conozco como mujer. A medida que muevo y conecto con mi útero, a medida que conozco y siento mi cuerpo, a medida que redefino mi feminidad, a medida que observo cómo me transformo toda yo en cada fase del ciclo menstrual, a medida que expreso y comunico lo que necesito y deseo, a medida que comparto con mujeres incondicionalmente dispuestas a contarme sus experiencias, a medida que me permito sentir placer, a medida que conozco los arquetipos que me habitan, a medida que leo y comprendo la historia que me precede, a medida que renazco a mi esencia, a medida que afirmo que SOY MUJER,habito mi cuerpo, lo celebro y me responsabilizo de ello.

Este artículo, más allá de una reflexión, pretende ser una invitación, incluso una provocación para que tú también DESPIERTES A LA MUJER QUE ERES. Si algo de lo que comparto te suena y/o tu cuerpo te manda alguna señal, ya sea de excitación o de dolor, quizá sea un buen momento para aventurarte. Es mi deseo como mujer y terapeuta, compartir y acompañar a otras en este maravilloso camino.

La Dra. Christiane Northroup dice que “el proceso de sanación pasa por afirmar que somos seres preciosos y amables (dignas de ser amadas) permitiéndonos al mismo tiempo sentir el viejo dolor no sanado”. Creo que conocernos y sanarnos como mujeres no solo significa un regalo para nosotras mismas sino para las próximas generaciones y para los hombres que nos acompañan.  

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Aina Cortès inicia próximamente “Cicles COSdeDONA” en el Espai TCI de Barcelona, en el que ofrecerà talleres teórico-prácticos y vivenciales para mujeres. Un espacio acogedor para reencontrarse con el cuerpo trabajando la conexión y recuperación del útero, conociendo el potencial que alberga el ciclo menstrual y recuperando el Placer. Herramientas de TCI, gestalt, Creatividad y otras fuentes permitirán ir ablandando la coraza patriarcalizada, reprogramar el sistema de creencias que nos limita y dar a luz a nuestra verdadera naturaleza y esencia.

Pròximamente más información consultando la web del Espai TCI: www.espaitci.com

o escribir a: aina.cortes@yahoo.es