Caminar conmigo

Autor: Guillermo Vidal-Quadras Trias de Bes Gestor de patrimonios y escritor a ratos muertos.

TCI: Terapia Corporal Integrativa. Es una formación de tres años. Un conócete a ti mismo del siglo XXI. No voy a contar nada más sobre ella, tan solo cómo, yo, Guillermo, un clásico gestor de patrimonios de 59 años, he acabado aquí.
—He venido porque me lo han pedido. Soy agnóstico y bastante descreído (una redundancia) de todas estas “cosas”.
—Mira, Guillermo, si estás sentado en este sillón, es porque tú has entrado con tus propios pies.
Este fue el primer diálogo que cruzamos, Diego, mi terapeuta, y yo, hace cinco años. Diálogo casi tan mítico como el de Johnny Guitar y Viena. Yo no sabía nada de nada del carácter, la gestalt o el eneagrama. Y si alguien hubiera dicho “TCI”, probablemente habría pensado que era un modelo de Volkswagen. Por no saber, no sabía ni que tenía un ego, o varios, y que bajo tantas capas escondía mi ser.
Quiero hacer una puntualización que para mí fue importante y que puede ser de utilidad para quien me lea. Yo no llegué a la formación por mi curiosidad, o mejor dicho, por mi propia prospección.
Llegué de forma natural, fue un proceso. Primero hice dos años de Desbloqueo TCI. Diego (otra vez Diego), un día que le debí comentar lo patoso y ridículo que a veces me sentía con mi propio cuerpo en público (actuando, moviéndome y luchando contra el qué dirán), me dijo: “No sabes lo bien que te iría apuntarte a Desbloqueo”. ¿Desbloqueo?.
Mi curiosidad, ahora sí, hizo el resto y me apunté a una prueba. Una prueba donde la gente bailaba, se abrazaba y respiraba; sobre todo respiraba. Y yo, igual que Obélix: “Están locos estos romanos”. Y a la vez, atraído por este nuevo mundo tan extraño.
Estuve en desbloqueo dos años. Al primero falté a más de la mitad de las sesiones, lo pasaba muy mal antes de ir; la vergüenza de exponerme, de mostrarme, y porque me pilló un cáncer tonto del que estoy muy bien, que me hizo perder un par de meses. En la última sesión de mi debut, sucedió algo tan maravilloso que me hizo ver que tenía que repetir curso y atreverme, ahora sí, a quitarme los calcetines. Cosa que no había logrado ni un solo día en esos meses.
Para quien desee hacer la formación y, como yo, sea un profano, creo que es una muy buena introducción el desbloqueo semanal. Ayuda mucho a comprender la base de muchos de los ejercicios que son esenciales en la Formación; comenzando por la propia “posición de arraigo”, que es el “mi mamá me mima”, la caligrafía de la terapia corporal.
Fue ese segundo año de desbloqueo, tras las tres sesiones de sexualidad, donde aprendí otra de las citas TCI míticas. Esta vez la pronunció Maribel, o puede que María (mis cicerones desbloqueantes): “El límite es una opción”. Es la frase más maquiavélica que he escuchado en mi vida. Es como decir: Hay un límite, siempre lo hay, respétate, pero yo te invito a que te des permiso para traspasarlo. Toma ya. Respétate y atrévete.
No me desvío, vuelvo. Tras una de aquellas sesiones, al contársela a Diego, me dijo: “No sabes lo bien que te iría (esta frase también está en mi antología) hacer la Formación de TCI”. “Pero si a mi edad ya no voy a ser terapeuta ni tampoco lo pretendo”, le dije. “Guisheeeermo, como proceso de conocimiento personal.”
Y ahí me veo yo y mi curiosidad, al miércoles siguiente, en el Espai, rellenando la hoja de inscripción para la formación de TCI.
“Diego, me he apuntado a la Formación.” “Qué bien te van a ir estos tres años.” ¿Tres años? Ni lo había mirado.


Ahora que escribo estas páginas, ya llevo dos años, 18 talleres (faltan dos por el COVID) y dos stages. No voy a contar nada del contenido. Creo que es mejor. Para mí ha sido esencial ir casi in albis. Sí, me han ayudado mucho los dos años de desbloqueo, de ahí la recomendación, pero cuando comencé la Formación continuaba siendo un lego casi total en el mundo terapéutico y, por descontado, en todo lo que tenía que ver con el Carácter.
Recuerdo una de las primeras ruedas, no sé si el primer o segundo Taller. Al intervenir, dije: “Para mí, esta formación es un camino, un camino desconocido que deseo recorrer observándolo, sintiéndolo, perdiéndome y encontrándome, sin saltarme ninguna de sus estaciones”. Esta es la esencia con la que lo estoy haciendo. Con la suerte, en mi caso, de vivirlo sin ninguna presión por la necesidad de un título, sino por el puro placer (y sufrimiento, que no todo descubrimiento es placentero) del autoconocimiento.
No sé si fue en esta misma rueda que dije que para mí también era esencial el grupo, ir descubriendo a cada una de las personas que me iban a acompañar en este trayecto vital. Es maravilloso ver cómo se han ido dibujando, de ser un simple garabato inicial a un hermoso y complejo retrato. Quizá mi carácter haga más fácil lograr lo que voy a decir, pero creo que tan importante como la formación es el grupo y cómo se nutre fuera del espacio meramente formativo: las vivencias, esos lapsos de tiempo, los descansos, las comidas, algunas actividades extraescolares. En nuestro grupo (el Q) hemos tenido un bar virtual en pleno confinamiento, el bar de Willy, a veces muy concurrido y otras menos, donde nos vamos abriendo. El factor humano se nutre de estas pequeñas cosas.
No he dicho nada de lo que significa la Terapia Corporal Integrativa. Espero que no fuera eso lo que perseguía Imma cuando me animó a escribir estas líneas. Desde la osadía que da la ignorancia, digo: Es el proceso necesario para poder mirar nuestra herida infantil, sostener el miedo que nos lo impide, atravesando esa coraza corporal y muscular que nos ha permitido sobrevivir a no haber sido amados simplemente por SER.
Y acabo con la frase que Italo Calvino pone en boca de Marco Polo al final de “Las ciudades invisibles” y que memoricé para el taller de Catalina (vaya experiencia), el de los personajes internos: “El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”
De todo esto trata la formación TCI, de volver a dar espacio a nuestro ser y rescatarlo de entre nuestros egos y personajes, nuestro particular infierno.