Evania Reichert: «Sobreproteger a los niños es tan perjudicial como el descuido»

Psicoterapeuta y escritora, Evânia Reichert defiende a los niños, que son nuestro futuro, con un trabajo de prevención de la neurosis, y nos ayuda a comprender y asimilar nuestra herida revisando nuestro pasado. Su libro «Infancia, la edad sagrada» es una obra capital para comprender cómo el carácter se va forjando al irse topando el desarrollo natural con tal o cual dificultad en las diferentes etapas de la niñez. Colaboradora del Espai TCI, ha venido de su Brasil a Barcelona para impartir en nuestro centro, junto al también terapeuta Sergio Veleda, diversas formaciones.

En esta reciente entrevista repasa “la buena educación”, esa que favorece la
autorregulación del niño y su pleno desarrollo vital, en una medida óptima entre el permiso y la contención, según la visión de Wilhelm Reich: «Hay cosas que no se educan».

¿Cómo es de importante la infancia para la vida futura de un niño?
La infancia lo es todo. Es la base y el cimiento de nuestra estructuración como personas. Se trata de una época determinante tanto para el desarrollo del cerebro como para el psicoafectivo, psicomotor y cognitivo. Más allá de todo esto, es en la primera infancia cuando nace y se estructura la capacidad de ser amoroso, respetuoso y solidario; o sea, es cuando nace nuestra humanidad, todo que nos puede enriquecer a lo largo de la vida.

¿Qué podría considerarse una buena infancia?
Para mí es esencial que todos los que cuidan y conviven con niños directamente tengamos un buen conocimiento acerca del desarrollo infantil y su relación con la pulsión vital de los niños y niñas en cada edad. Y los adultos debemos estar atentos para no reaccionar a partir de nuestras propias neurosis con los pequeños. Si se cultiva una educación con consciencia y respeto a los ritmos naturales de la niñez, y las personas comprenden que la infancia es una edad sagrada y tienen presente el sentido de prevención, con los efectos negativos de cómo los adultos reaccionan con sus hijos y alumnos, ciertamente tendremos niños con una buena infancia.

¿Cuáles son los aspectos clave a desarrollar en un niño?
Lo fundamental es el desarrollo de la vitalidad, la herencia más importante que se puede ofrecer a un niño o niña. Y para que nuestros hijos e hijas sean personas con gran vitalidad y, en consecuencia, estén libres de los cuadros de depresión en la adolescencia y la vida adulta, es necesario cultivar el sentido de autorregulación y pleno desarrollo vital en los primeros años de vida, especialmente en los primeros tres años.

El tema de la autorregulación puede crear polémica entre los padres. ¿Cómo es de importante en un niño?
Surge polémica cuando hay una comprensión distorsionada de qué es autorregulación. El cultivo de autorregulación es la única salida para la salud biopsicológica de la humanidad. Si no permitimos el desarrollo sano de los instintos humanos, si no permitimos que el desarrollo psicomotor sea pleno en cada edad, o no creamos medios para que la niñez sea un tiempo bueno, seguiremos en el mismo camino perdido en que estamos, o sea, creando un mundo con personas cada vez más enfermas, depresivas, psicóticas, violentas, suicidas, que viven en un gran sufrimiento psíquico.

Proteger a los hijos es algo innato para un padre. ¿Cómo de perjudicial puede ser para un niño la sobreprotección de los padres?
La sobreprotección es tan perjudicial como el abandono y el descuido. No hay nada peor en la niñez que se te impida desarrollarte o que se cercene lo que nace en cada edad. Los primeros años están llenos de nacimientos cada día, en todas las áreas del desarrollo infantil, y esta protección excesiva impide que los pequeños se apropien de virtudes tales como la autonomía, la confianza y la independencia.

¿Existe un punto intermedio entre la educación autoritaria y la liberal?
Con los cambios de las formas antiguas de educar, podemos decir que en muchos casos nos vamos de un extremo al otro, pero no se pude generalizar. Hoy tenemos muchos proyectos educativos de gran importancia, con visiones muy claras del cultivo de autorregulación, y que están en el punto intermedio y sano.

Innegablemente, la sociedad está cambiando. ¿Cómo influye en la infancia?
Hay un lado malo y uno bueno. El malo es la falta de vida junto a la naturaleza, la falta de respeto y de humanización en el nacimiento y en los primeros meses de vida, el uso muy temprano de tablets y móviles en el día a día de niños o de los bebés que van a la guardería con tres meses por falta de una política pública con permiso de maternidad de mínimo un año, etc. Eso genera el cuadro grave de desestructuración emocional que estamos viendo en el mundo actual: depresión creciente, dependencias emocionales y químicas preocupantes. El lado bueno del mundo actual es que estamos viendo la crisis y la quiebra gradual del modelo patriarcal y con eso, el nacimiento de nuevas formas de educar y vivir, más sanas y humanizadas. Hay que conectarse con eso, con lo sano que surge en medio del caos. Hay un bello loto naciendo en medio del lodo.

¿Cómo de importante es la neurociencia para conocer mejor esta etapa?
Los avances científicos son muy importantes ya que aportan numerosos datos sobre esta evolución. Más allá de la importancia de la investigación, nuestro trabajo se centra en la prevención y esos avances son esenciales para sostener y confirmar la urgencia de realizar cambios positivos en la educación y el desarrollo de los niños.

La entrevista original, en:

https://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2018/12/09/sobreproteccion-menores-perjudicial-abandono/1053071.html?fbclid=IwAR0aLMSr3blG19ksgW7HoU_CzQQUYTciyHxza17bshEX9ZDZiHgfeg418Go

Cuando el insight no basta

 

Autor: Manuel Cuesta Terapeuta.

En Pactar con el diablo, el personaje que interpreta Al Pacino dice: «El mayor logro que ha conseguido el diablo es hacer creer que no existe», y lo dice el mismo diablo. La neurosis no solo es un comportamiento desactualizado, que reacciona condicionado por el pasado en lugar de responder libremente al presente sino que, además, implica falta de conciencia de nuestro adormecimiento, de hasta qué punto somos autómatas, de que no hay conciencia creyéndonos que sí la tenemos.

Hemos organizado la vida y la sociedad en torno a esa falta de conciencia, a la que también podríamos llamar desconexión. Desconexión de uno mismo, un «no estar con lo que uno es». Nuestro estilo y ritmo de vida están pues orientados a sostener la desconexión, la neurosis, el ego, el autómata.

Una de las formas en que consolidamos esa desconexión es la velocidad, la prisa, el estrés. De todas las enfermedades, la más extendida y normalizada es el estrés. En cierto modo está bien considerado tener una vida con mucho trabajo, llena de proyectos, viajes, actividades…, no parar. Las palabras clave son «llenar» y «no parar». Incluso una vida relajada, más tranquila, no está bien vista, aunque sea anhelada por algunos. La velocidad mata. Literalmente. Y nos asegura no enterarnos. Seguir en la inopia. Da igual el ámbito en que se dé.

Paradójicamente, no es diferente en el mundo terapéutico, donde parece darse incluso  con mayor intensidad. Como terapeutas, la responsabilidad es doble si no queremos caer en la hipocresía. Y, por favor, no se sientan excluidos los meditadores de esta plaga.

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Tiempo. Necesitamos tiempo para darnos cuenta de lo que nos ocurre y tiempo para integrarlo, para que no se quede en un esbozo mental cualquier proceso que hagamos. Tiempo para no hacer nada, para sólo sostener la experiencia de cuanto sea que nos pase. Y aún más cuando estamos en terapia, en formación o en cualquier proceso que implica explorar, investigar, abrir, reconocer, tocar, revivir, recolocar… y que la conciencia lo abrace. Prisa y conciencia son antónimos.

Desde mi punto de vista, eso que llamamos «insight» (el «darse cuenta» de manera profunda y clara de algún aspecto propio o situación) no implica conciencia en sí mismo. Creo que es el tiempo que brindamos a la experiencia, el sostener ese insight, lo que permite que la atención se pose sobre uno y, progresivamente, aparezca una conciencia que aumenta, que abraza y (re)conoce el proceso.

La conciencia, aquello que permite la transformación, no se da de forma inmediata. La expresión «dejar que la experiencia se pose por sí sola» me parece muy adecuada; y añadiría: «con atención continua». El maestro budista tibetano Sogyal Rimpoché suele repetir: «Si a un vaso con agua le echas tierra pero no haces nada, el agua, por sí sola, se vuelve clara». Si tomamos el tiempo necesario para observar el proceso, una y otra vez, podemos tomar conciencia verdadera de lo que solemos llamar «regulación organísmica». Es decir, los procesos llegan de forma natural a un equilibrio sano, se autorregulan. Nosotros, como terapeutas, necesitamos incorporar con urgencia esto en nuestras vidas. Si no, es imposible que nuestros pacientes lo reconozcan. Recibirán un mero fantasma, algo ficticio, un «creo que sí pero no». Y vuelta a empezar.

Para que lo despertado, lo reconocido, se transforme en conciencia de sí, debe ocurrir en un espacio de presencia y atención. Dice Thich Nhat Hanh que la actitud de atención plena es «estar en lo que haces, mientras lo haces». Pero si preguntamos a los alumnos y pacientes cómo han llegado al insight dirán que no lo saben. Si preguntamos cómo han permitido llegar a ese vislumbre, qué han hecho ellos para que eso ocurra, no sabrán qué responder, en la mayoría de casos. ¿Dónde estaban entonces? ¿Dónde estaba su atención?

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Necesitamos bajar el ritmo, ir lentos, ampliar el foco de atención para que la conciencia pueda reconocer el proceso. Es una responsabilidad como terapeutas pero también lo es para los alumnos, para todo aquel que desee ir dando pasos en el camino de vuelta a casa. Si no, como Pulgarcito, Ulises, Le Mat o Neo, estamos condenados a perdernos de nuevo.

Aprender a reconocer el espacio, además de las figuras. Evitar que la actitud en el proceso sea pasiva, evitar que haya más expectativa en el fruto que en la transición. Durkheim dice con claridad que «la madurez del ser humano radica en trabajar con constancia en el milagro». Corremos el riesgo de vivir (o provocar, según el rol en el que cada uno esté, paciente o terapeuta) un alto volumen de experiencias intensas, una sucesión de fuegos artificiales pero que, sin una pedagogía de la conciencia, se desvanecen como espejismos tan rápido que ni hay tiempo a que duela su pérdida. Grandes insights, pero poca capacidad para sostenerlos.

En mi opinión esto genera también un movimiento colateral: dependencia. Dependencia hacia formaciones y una búsqueda de más experiencias (porque es obvio que aportan momentos de profundo encuentro y plenitud), más que libertad (porque al no saber cómo sostener la experiencia, se cierran rápido las ventanas de la conciencia y difícilmente pueden llevarse esos frutos a lo cotidiano). El ego lo atrapa todo y no es poco común encontrar cómo muchos pacientes (y todos los somos) acaban siendo devoradores de experiencias, transformando el camino en un fast food espiritual y terapéutico, en otra forma de consumo y distracción.

Es el trabajo continuo con la atención lo que permite la toma de conciencia, y la conciencia da paso irremediable a la compasión. El insight es el prólogo del viaje, el fogonazo, la chispa. Tiempo, espacio, silencio, largos silencios. Tiempo para que se pose lo que tenga que posarse. Observar el oleaje interno. Ver cómo aparecen las adicciones, el deseo de distraerse, a volver a lo de siempre. Reconocer el aroma de lo nuevo. Y ver cómo igualmente se pierde. Se desvanece. Reconocer el oscurecimiento. Y que haya tiempo para que duela. Sostener el dolor de la pérdida. Porque si hay atención, duele perder ese nuevo estado. Y es el dolor de la pérdida de uno mismo el mayor combustible para la transformación, para seguir el camino con menos reclamo y más implicación.

boyero5-shubun

«Necesito del látigo y la soga.*
De lo contrario podría escapar en los polvorientos caminos.
Bien adiestrado, es de espíritu dócil.
Entonces, sin dogal, obedece a su dueño.
»

Poema de Kakuan, La búsqueda del Buey, Japón, s. XII

Tabla pintada, Tensho Shubun, Japón, s. XV

Donde, para mí, la soga es la atención.

Fotos: Manuel Cuesta Duarte, derechos protegidos