Los duelos en tiempo de coronavirus

Autora: Ana Hernández Huet Terapeuta gestalt y corporal integrativa. Constelaciones familiares

Son tiempos extraños los que nos tocan vivir, tiempos de situaciones desconocidas, tiempos de cambios, tiempos de pérdidas, tiempos de enfermedad, tiempos de muerte, de muertos, de muchos muertos.

En una sociedad que le da la espalda a la muerte, que evita hablar del tema, que teme a los cambios, la muerte se ha hecho más presente que nunca. No podemos evitar verla, mirarla a la cara, sentirla cerca, intuirla en la tos o el estornudo de aquel con el que nos cruzamos en el pasillo del supermercado, sentir que nos roza cuando viene la ambulancia a buscar a un vecino, cuando sabemos del amigo o familiar al que ingresan. Si nos contagiamos, no sabemos si los síntomas van a ser leves o van a ser mortales. No hay garantía de nada, aunque se hayan determinado colectivos de riesgo, por lo que algunos se sienten más en peligro y otros se sienten exentos, casi invulnerables.

Y… la muerte está entre nosotros.

Con esa compañía que se ha hecho tan presente, tan visible, dadas las circunstancias, se ha determinado que no podemos acompañar a nuestros seres queridos en sus últimos momentos de vida ni despedirnos de ellos ante su viaje definitivo por el colapso evidente que están sufriendo nuestros hospitales y las UCIS de nuestro país.

Comprendo los motivos, no me queda más remedio que rendirme ante la evidencia y, al mismo tiempo, no deja de parecerme absolutamente necesario para la salud psicológica y emocional de nuestra sociedad poder encontrar los medios para que, de alguna manera, ese acompañamiento sea posible, por los que mueren en soledad y por los que quedan. Me duele pensar e imaginar, leer y enterarme de esas muertes y de la desesperación de los familiares que no pueden acudir a su lado ni en ese momento tan crucial de la vida que es su final.

Cuando nacemos no somos conscientes de la importancia del momento. Cuando morimos, podemos serlo. Eso lo convierte en un momento tan sumamente importante, es la culminación de la vida, el instante en el que dejamos atrás todo, absolutamente todo lo que hemos sido, lo que hemos tenido, lo que hemos amado. Es la oportunidad de cerrar gestalts, aunque sea con una mirada, con un gesto o con el contacto a través de tres pares de guantes.

Una buena despedida es medio duelo hecho, es la práctica garantía de un buen proceso.

¡Cuánto dolor, cuánta tristeza, cuánta desesperación en esa soledad impuesta, tal vez la más cruel de todas!

¿De verdad que no había otra manera?

Me lo pregunto muy sinceramente sabiendo que son momentos de mucha confusión y con decisiones muy difíciles de tomar.

Y no puedo dejar de preguntarme también: ¿Qué lugar, qué importancia estamos otorgando a las despedidas en la muerte, a los duelos, en nuestro sistema de vida?

¿Cómo digerir esa situación y al mismo tiempo saber que puedo recibir un paquete por un pedido a cualquier casa comercial con muchas probabilidades de ir repleto de coronavirus, sin ningún tipo de cuidado ni protección?

Me viene a la mente la película japonesa “Despedidas” (“Departures”), que recomiendo encarecidamente. En ella muestran el valor y el respeto a los muertos en su viaje definitivo, y el consuelo que supone para los familiares.

Este país (y quizás el mundo entero) va a tener y tiene ya una cantidad ingente de personas con unos duelos dolorosísimos que tienen muchas probabilidades de convertirse en patológicos, con todas las consecuencias que eso puede tener en la salud mental de la sociedad. Por no hablar de los sanitarios que están presenciando esas muertes, que se levantan cada día para ir a trabajar sabiendo que van a ver morir a varias personas.

Me han contado historias como la de una enfermera que le dejó su móvil a un enfermo para que pudiera despedirse de sus seres queridos. No creo que haya sido la única y hay cientos de relatos similares o peores.

Son historias de película de terror que se están viviendo en estos momentos en nuestro país. Es una cruda realidad que tal vez se podría haber evitado si los responsables hubieran decidido priorizar lo realmente importante, que es el bienestar bio-psico-emocional de la población y no los intereses comerciales, si hubieran tenido la sensibilidad de no añadir más dolor al dolor, encontrando la manera de que ese acompañamiento fuera posible.

Esa para mí es una medida esencial.

Estamos sufriendo las consecuencias de no tener una cultura de la muerte, de haberle dado la espalda, de no tenerla en cuenta como parte de la vida, de haberla negado y obviado. La consciencia de la muerte, la percepción de nuestra propia vulnerabilidad, de nuestra finitud, dificulta el consumismo y promueve la experiencia de la alegría de estar vivo.

¿Cuántos de nosotros nos despertamos cada mañana y comprobamos con satisfacción y alegría que “hoy estoy bien, un día más de salud, veremos mañana”?

Como dijo Claudio Naranjo, si realmente fuéramos conscientes de nuestra muerte, seríamos mejores personas.

Tal vez ahora tengamos esa oportunidad.

 

Terapia corporal integrativa y salud

Autora: Palma López – Enfermera, terapias naturales, gestalt y corporal integrativa.

Como enfermera aprendí que el abordaje terapéutico debe ir encaminado a que la persona sea lo más independiente posible en la satisfacción de sus necesidades básicas de salud.

Según la enfermera e investigadora Virginia Henderson, “la función propia de la enfermería es asistir al individuo, sano o enfermo, en la realización de aquellas actividades que contribuyen a la salud, a su recuperación o a la muerte pacifica, que este realizaría sin ayuda si tuviera la fuerza, la voluntad o el conocimiento necesarios. Y hacerlo de tal manera que le ayude a ganar independencia a la mayor brevedad posible”.

Henderson describe al ser humano como un ser biopsicosocial con 14 necesidades básicas que deben ser cubiertas para mantener  la integridad, asegurarse el bienestar y promover el crecimiento y desarrollo.

Dejando los recursos materiales, humanos y económicos aparte, me encontraba constantemente con dificultades más o menos sutiles que impedían la consecución de los objetivos de salud. Dificultades tanto del paciente como del profesional.

Dificultades para darse cuenta, para el contacto con uno mismo, para la empatía, dificultad con la comunicación, con el sostener el dolor propio y ajeno, dificultad para la aceptación, para ver y respetar al otro.

A menudo se trata al paciente como alguien que no sabe, receptor de los cuidados o tratamientos, como si la enfermedad fuera algo ajeno a él, que le ha invadido; y el profesional sabe mejor lo que le pasa, lo que debe hacer, lo que está bien. Si el paciente no sigue las indicaciones es incluso regañado o criticado. Es el profesional quien determina las necesidades del paciente.

Algo importante que me aportó la terapia corporal integrativa es que la salud es responsabilidad de cada uno y que nadie mejor que uno mismo puede saber qué siente y qué necesita. Es el paciente el que se da cuenta de sus propias necesidades y de cómo las satisface o no.

En mi trabajo con la terapia corporal integrativa aprendí a sentir y conocer mi cuerpo, y a relacionarme a través de él y no solo desde la cabeza-mente. Aprendí a través de la experiencia propia: sentir, darme cuenta, expresar con mi cuerpo, moverme, respirar, escuchar, descansar… y esto me aportó una vivencia muy distinta de mi propia salud.

Empecé a darme cuenta de los cambios que se producían en mí después del trabajo con el cuerpo: cambios de energía, en mi estado de ánimo, en mi mente, en mis relaciones… en mi salud.

A veces eran cambios rápidos, cuando tras un taller de TCI mi alergia o mi dolor de cabeza habían desaparecido, o mi vientre se había deshinchado. Otros se han dado a lo largo del tiempo, y pequeñas dolencias que antes eran frecuentes hoy prácticamente no aparecen o se resuelven en menos tiempo. Soy más consciente de cuándo me estoy tensando o necesito descanso, y esto permite a mi cuerpo regularse más fácilmente. Una mejor respiración, junto con una musculatura menos rígida y bloqueada, permite que mis tejidos estén más oxigenados y que los procesos metabólicos se realicen con más eficiencia.

Puedo darme cuenta antes de los pequeños problemas de salud, que además me sirven para ir haciendo camino, como señales de mi cuerpo a las que prestar atención. Unas veces, para darme cuenta de una necesidad no cubierta; otras, para hacerme consciente de algo no expresado; e incluso permitiéndome sentir zonas de mi cuerpo poco atendidas. En estas ocasiones, el síntoma me sirve para estar de nuevo más en contacto con mi cuerpo. En todo caso, la enfermedad no es ya algo externo que me ataca, o producto de la “mala suerte”; es parte del proceso de mi vida.

 

En consulta he llevado este aprendizaje al acompañamiento de mis pacientes. Sus síntomas participan de una manera u otra en su proceso de desarrollo, de la misma manera en que yo los he vivido: unas veces como guía sobre la que poner atención para trabajar, otras para desaparecer “sin más”, haciéndole más visible al paciente que algo en él ha cambiado.

Si  tenemos en cuenta los principios de Virginia Henderson, la salud abarca todos los aspectos de la vida. En la terapia corporal integrativa he encontrado una forma de acompañar a los pacientes de manera que pueden aprender de su cuerpo y de sus síntomas, empoderarse, apropiarse y responsabilizarse de su propia salud y, por tanto, de su propia vida.