Miedo, trauma y el cuerpo como medicina

Autora: Lara Terradas Campanario – Psicóloga colegiada 15613, terapeuta corporal integrativa y gestalt, infanto-juvenil y familiar.

Si el miedo es el infierno, el amor es el cielo. Son estados psicocorporales antagónicos. Del miedo a la rabia hay un paso. El miedo es la versión pasiva de la rabia; la rabia es la versión activa del miedo. Puede que estés pasando por verdaderos infiernos en estos días de confinamiento, si no sabes cómo gestionar tus emociones: de miedo a rabia, de rabia a miedo. Los procesos emocionales que vives se encarnan el cuerpo, porque es el territorio de anclaje de la vida interna. Así pues, ¿cómo sientes tu cuerpo estos días? Sentir el cuerpo es sentir la Vida y estar unidxs al planeta Tierra, a la nuestra naturaleza interna y externa, que, desde la perspectiva energética, es lo mismo.

La danza a la que estamos convocadxs a bailar en esta situación global sacude todas las esferas de la vida: política, social y personal, a la luz de la salud —enfermedad y muerte—, con sus consecuencias en la economía. Pone la vida en el centro (¡ya era hora, qué bonito!) y nos inspira para la conciencia de crecimiento y sanación. ¡Que se caiga lo intoxicado por obsoleto en una humanidad que está llamada a abrir su pequeña mente! Es en el proceso de traspasar las dificultades que abrimos nuestro corazón y así se disuelven las corazas musculares del cuerpo.

En esta danza estamos llamadxs a lidiar con aspectos que, según se gestionen, pueden ser precedentes de trauma, según Bessel van Der Kolk (psiquiatra especializado en trauma). A continuación los cito:

Primero: la incertidumbre, que nos pone en el limbo de la no predictibilidad, generando sensaciones de apatía, inquietud y pérdida de sentido del propósito vital. Lidiar con ella nos puede enseñar cómo es nuestro grado de confianza o de miedo en la vida.

Segundo: el encierro, que nos deja en casa sin poder salir mientras, en oposición a la naturaleza corporal, el sistema límbico (cerebro primitivo que actúa más allá de la voluntad para garantizar la supervivencia ante el peligro) segrega las hormonas del estrés, derivadas del miedo, que nos predisponen a actuar afrontando la situación o huyendo de ella. En el confinamiento, este extra de energía del cuerpo, el estrés, es necesario moverlo, para que no cree mayores complicaciones cardiovasculares ni emocionales. Buscar vías de salida físicas y propósitos para “hacer algo” con y para la situación si así nos nace.

Tercero: la interrupción de la vida social, siendo nuestra especie intrínsecamente gregaria y de contacto físico, en una situación en que se hace más necesario compartir buscando apoyo y complicidad, lo cual calma el sistema nervioso y atenúa la vivencia de amenaza. El contacto social necesita encontrar otras vías para ser satisfecho: las pantallas y la conexión por vía espiritual. Para el contacto físico habrá que esperar. También estamos arrojadxs al maravilloso abismo del encuentro con nosotrxs mismxs. Esa es la relación personal más importante de nuestra vida.

Cuarto: ir como pollo sin cabeza por la casa, o sea, disociarnos del cuerpo y del sentir para evitar entrar en contacto con el dolor, lo cual hace perder el foco de atención de todo porque estamos lejos de nuestra propia escucha y, por ende, lejos de saber lo que necesitamos. Más abajo hablaré de propuestas para regresar a la casa del cuerpo.

Quinto: la sensación del día de la marmota. En la vivencia traumática se pierde la noción del tiempo, el sentido de la experiencia, y se cree que eso va a durar para siempre. ¡Qué bien nos va vivir momento a momento! Este segundo es diferente del siguiente. Instalarse en el cuerpo nos aterriza al presente y aquieta la mente, futurista y catastrófica, en estados de alarma.

Sexto: sentir inseguridad en nuestro propio cuerpo, y en nuestra propia casa. El cuerpo aporta señales de alarma que activan las respuestas de estrés para ejecutar una respuesta adaptativa; deja de ser adaptativa cuando entramos en bucle. Señales continuas de este tipo generan la sensación de falta de seguridad dentro de uno mismo, se percibe que se pierde el control y que uno es su propio enemigo, por lo que quiere huir de la propia experiencia íntima. Ponerle conciencia y bajar la intensidad de las reacciones fisiológicas con el movimiento respirado del cuerpo puede ser un antídoto de medicina natural.

Dependiendo de las circunstancias personales: estar sanos, enfermos, que haya muertes y duelos a elaborar en la familia, que el espacio físico sea más o menos habitable, con sus necesidades adultas e infantiles en diálogo, que la relación en la unidad de convivencia sea más o menos respetuosa… y de los recursos internos disponibles (escucharse y cuidarse versus ignorarse y maltratarse), puede resultar más o menos traumática nuestra vivencia de la situación.

El contexto cultural en que hemos crecido no nos ha enseñado cómo manejarla, pues levanta la alfombra de todo aquello que nuestra educación patriarcal capitalista ha relegado a la sombra, o sea, hemos escondido en el sótano de nuestro inconsciente. Nos pone delante de aquello que excluimos de la vida, por doloroso: la muerte, la enfermedad, la pérdida. Aquello que rechazamos es aquello a lo que tememos. Solo se puede amar lo que se incluye, aunque lo etiquetemos de incómodo. ¡He aquí el tesoro escondido detrás del miedo!: Aprender de él y de su discurso excluyente para que sea un trampolín que nos propulse al otro lado de la orilla, el amor, donde acoger lo desagradable en las pulsaciones respiradas y conscientes de nuestro cuerpo. Sin luchar. Sin querer cambiar lo que ya es.

Es habitual que nuestra mente pequeña deforme la función del miedo, que es originalmente protegernos porque, si no, estaríamos todxs saliendo de casa por falta de prudencia. Hay varias opciones de deformación. Una es quedarnos enganchadxs a él: en modo “pobre de mí, no puedo”, nos desplomamos, deprimiéndonos, desenergetizadxs, absorbidxs por la fuerza de la gravedad que nos hace ir por la vida arrastrando los pies por la tierra. Otra es escapar de él, en modo “no pasa nada, puedo con todo”: Nos ponemos hacedorxs compulsivos y huimos hacia adelante sin sentir la gravedad para no desfallecer en la caída; nos desarraigamos y la energía queda condensada en la parte superior del cuerpo en una lucha contra la propia naturaleza humana y la planetaria. Desafío de la fragilidad y de la gravedad, que es lo mismo, en una mirada más amplia.

¿Cómo ponernos al servicio del miedo para transmutarlo en amor desde el cuerpo?

Ante la vivencia somática del estado de alarma, que pone al cuerpo a segregar adrenalina y cortisol, nuestra posición erguida, la verticalidad, se ve achicada. Los humanos, a diferencia de los animales, tenemos las partes blandas al descubierto, en la parte delantera de nuestro cuerpo. Ante una vivencia de agresión y traumática, nos cerramos para protegernos. La cerrazón corporal modifica la calidad de nuestra respiración, lo cual modifica la calidad de vida que respiramos. Respirar significa volver al espíritu porque, como dice Saadi, citado por Antonio Pacheco, “cada soplo inspirado nutre la vida, cada soplo expirado aporta dicha al espíritu”.

El centro de la respiración es el diafragma, que se bloquea ante la situación hostil para evitar que la parte de arriba de nuestro cuerpo se entere de que la parte de abajo está muerta de miedo. Se tensa a fin de bloquear la pulsación de la vida que pasa por el cuerpo, estresando la pelvis y apretando los órganos que contiene, nuestro centro de poder para la acción.

Para controlar el miedo, se tensa el cuello, cuya musculatura se aprieta como cuerdas de guitarra, a lo cual le acompaña tensión en los ojos, para seguir en esa ilusión de control; y en la mandíbula también, para seguir conteniendo la expresión de cualquier emoción dolorosa. Además, el pecho se puede quedar bloqueado para evitar sentir, cerrando los hombros y hundiéndolo hacia adentro o en posición militar, hacia afuera, conteniendo el aire.

La coraza muscular, al servicio de tapar la sensación de indefensión que nos trae el miedo, es una puerta a la conciencia de su apertura si nos ponemos al servicio del miedo para que la contracción corporal encuentre vías para la expansión: propiedad del amor, que abre y une las partes compartimentadas para que la pulsación energética circule de arriba abajo y de abajo arriba en el cuerpo.

Sabiendo que el territorio físico toma estas formas, es necesario trabajar sobre nuestra respiración. Hay muchas formas: yoga, pranayamas, u otras técnicas respiratorias que te apetezcan. Cantar mientras friegas los platos o gritar bajo la ducha fría es estupendo. La bioenergética pone énfasis en la toma de tierra, que facilita la apertura de la capacidad respiratoria. Un básico para estos días es la postura de arraigo, que nos ayuda a plantar nuestros pies en la tierra, a poner énfasis en la base de nuestro cuerpo para sentir que nos sostenemos en el presente, un lugar de abundancia si habitamos en él, al contrario del miedo, un lugar de carencia (futura e imaginada). Poner pies a esta situación es fundamental para mitigar los efectos del miedo. Bailar con músicas de tambores o africanas activa el centro bajo del cuerpo para un buen arraigo, además de invocar el placer de la creatividad del movimiento espontáneo, que ablanda las rigideces musculares, o sea, los nudos emocionales.

Otra técnica muy efectiva para lidiar con el miedo es sacar la lengua un buen rato al día, diez minutos mínimo, para estirar toda la musculatura contraída por el miedo del canal central de nuestro cuerpo.

Es indispensable poder descargar la rabia sin dañar a nada ni a nadie, para calmar el miedo; porque, como ya he nombrado, miedo y rabia son dos caras de una misma moneda. Se puede golpear el sofá con los cojines, romper periódicos, tirar bolas de arcilla o de plastilina al suelo con fuerza, soltando la voz para el estómago se libere. Esta descarga le hace un favor a la energía extra producida a raíz de estrés en nuestro cuerpo y nos devuelve la vitalidad, dejando disponible la energía para afrontar el día desde un lugar de poder y dignidad, lejos de la victimización o la desconexión que puede traer consigo el miedo.

He creado unos vídeos con “ldoras corporales” colgados en las redes para mover el miedo aterrizando en el cuerpo. Son pequeñas sesiones lúdicas para todo el mundo, que beben de la bioenergética, la danza, el yoga, las artes marciales y del placer de habitar el cuerpo en el movimiento consciente y respirado, liberando tensiones.

A través del organismo podemos generar la medicina necesaria para que la penumbra del miedo transmute en la luz del amor, y así educar a nuestro cuerpo para que deje de encarcelar a nuestra alma y le permita irradiar en estos tiempos de necesaria evolución de la conciencia, en que estamos llamadxs individualmente a elevar nuestras vibraciones en un contexto donde se manifiesta que lo colectivo es mucho más que la suma de las partes y que cada parte, tú y yo, necesita comprometerse al cambio para que la cocreación de la nueva realidad que está naciendo se geste desde el amor y no desde el miedo.

Ponerme delante

Autor: Jaume Calafat – Terapeuta corporal integrativo

Hoy lo he dejado con mi pareja, estoy desorientado, me siento como ido, con los ojos perdidos, mi atención es difusa, me evado con el facebook, con la tele, con las cosas de casa… En mi cabeza siento una centrífuga abrumadora que me enloquece. Pasan las horas y esa sensación tan desagradable sigue aquí.

Una voz dentro de mí se activa y me recuerda: «¡Ya sabes que tienes que hacer!».

Algo en mí se conecta, siento que mi parte adulta se hace presente y desde esta, empiezo a tomar responsabilidad sobre lo que estoy viviendo. Empiezo a trabajar con el cuerpo. Comienzo por las piernas pisando el suelo con fuerza, me dejo ir con el movimiento y al poco siento que voy sacando rabia; la dejo que salga. Paso a trabajar la parte superior del cuerpo para abrir el pecho y soltar la cabeza. Poco a poco mi mente se va silenciando y siento algo en mi interior que sale de la centrífuga; mi cuerpo está más presente, más relajado.

Desde la quietud empiezo a sentir la separación, el miedo y sobre todo la sensación de soledad. Es una vivencia muy desagradable, hay algo en mí que huye de esa sensación, como un gato huye del agua, pero en algún sitio en mi interior hay la certeza de que el camino, precisamente, pasa por mirarla. Me centro en mí profundamente, con delicadeza, y me dejo invadir por la soledad sin manipularla, me entrego a ella. Empiezo a sentir una sensación de vértigo aterrador, me veo cayendo por un pozo sin fondo, es interminable, parece que voy a desaparecer, a desintegrarme, a morir.De golpe siento que algo para mi caída, el vértigo desaparece y una sensación mágica de ternura y amor me invade y me acompaña, siento mi pecho abierto y eso me alimenta. La sensación de abandono se alterna con este amor y es infinitamente más llevadera y sobre todo me ayuda a estar presente. Ya no necesito evadirme y puedo estar presente con lo que siento.

Desde este nuevo punto, no me siento anclado a la sensación de abandono, ya la he transitado y eso me ayuda a ver más ampliamente mi situación y decidir desde la libertad lo que quiero hacer con mi vida.

Después de unos días de haber vivido esta experiencia transformadora, me pregunto: ¿Qué me ayudó a tenerla?

Ponerme delante de lo que siento. Muchas veces caemos en la trampa de no mirar lo que nos pasa, evitando el contacto íntimo conmigo; así no siento. Una imagen muy clara es el avestruz que esconde su cabeza bajo tierra cuando se asusta; es lo que en gestalt llamamos deflexión.

Otra manera de escaparse es hacer responsable al otro de lo que nos pasa. Un ejemplo muy claro en una separación es quedarse anclado en la rabia, culpando al otro del daño que me ha hecho en lugar de dejarme sentir el dolor que siento.

Ponerme delante de lo que estoy sintiendo no es nada fácil ni agradable pero hacerlo nos permite digerir lo que ya pasó a fin de estar disponible para lo nuevo que me traerá la vida.

En mí hay un niño y un adulto. El niño que fuimos en la infancia está presente en nuestras vidas con sus vivencias dolorosas y a la vez con su alegría y creatividad. Ese niño aún hoy se asusta, se siente pequeño e impotente delante de las vivencias desagradables, y al sentir eso busca escapar de esa vivencia.

La parte adulta tiene la fuerza y el centramiento para ponerse delante de las vivencias desagradables y escoger desde una consciencia mayor lo que le beneficia más; recuperando la posibilidad de reconocer mis heridas, cuidarlas y darles un lugar, hecho que me fortalece como persona.

Manipular o forzar. Lo más fácil, ante una emoción o sensación desagradable, es manipularla o forzarla, consciente o inconscientemente, para que desaparezca lo más rápido posible. Hay personas que tienen dificultades en sentir la rabia; otras, el miedo; otras, la tristeza; y eso va ligado a cómo han sido nuestros padres y referentes. Estas dificultades se trabajan en terapia para recuperar nuestra capacidad expresiva emocional.

Cada emoción tiene una energía diferente. La rabia nos da un chute de energía, la tristeza nos deja en un pozo, el miedo nos paraliza. Es por ello que cada una tiene un ritmo y un tránsito diferente, al cual nos debemos entregar.

A mí me ayudó aceptar el sabor amargo de la tristeza, ponerle presencia y entregarme a ella; así la emoción fluyó a su ritmo y no se estancó.

El trabajo con el cuerpo me ayudó a aflojar tensiones, a abrir el pecho y a sentir el cuerpo conectado como una unidad, sin cortes. Y eso es importantísimo para ayudar a transitar las vivencias de forma fluida.

Veo que del proceso terapéutico se va incorporando una manera de cuidarnos y acompañarnos  en esos momentos donde tocamos espacios de herida, de fragilidad y vulnerabilidad. Un tacto que voy cogiendo de mi terapeuta al acompañarme en esos momentos. E incorporo esa manera de estar para extender el crecimiento personal más allá de la sala de terapia, llevándolo a mi día a día.

(Este texto se basa en hechos biográficos de la vida del autor que, a simple vista, se podrían considerar como malas vivencias, pero que gracias al enfoque terapéutico se tornaron en valiosísimas perlas de conocimiento.)

La alegría

Autor: Montse Coll i Avellana – Médico, psicoterapeuta gestalt y corporal integrativa

Quiero hablar de la alegría siguiendo un impulso muy claro que sentí al plantearme sobre qué quería escribir. Decido seguirlo fielmente, siendo consciente de que me representa una cierta dificultad. Lo encaro como un tema difícil, al menos para mí. No tengo duda de que tal impulso responde a una necesidad propia en este momento, y me permito hacerla extensible a muchas otras personas. Quiero señalar que no me lo propongo como un reto, sino más bien como una reflexión e incluso como una invocación. Como una llamada a las memorias olvidadas y a las alegrías escondidas o aletargadas.

La definición dice: «Sentimiento de placer producido normalmente por un suceso favorable que suele manifestarse con un buen estado de ánimo, la satisfacción y la tendencia a la risa o la sonrisa». Parece, tal como está expresado, que fuera un estado secundario a un hecho concreto; no se refiere a la alegría como una emoción más profunda o, al menos, vinculada a una conciencia o a una actitud ante la vida.

Buscando qué dicen algunos maestros, sí que voy viendo que hablan de la alegría en un sentido más profundo. Dicen que nace de la Paz Interior. Hablan de Amor, Corazón y del Dar como el camino hacia la alegría.

alegría

La alegría, como una emoción expansiva y que genera calor, que nace del contacto con los demás y lo facilita, se acompaña de una sensación de estar vivo, no eufórico, y dibuja una sonrisa en el rostro y en el corazón.

Parece, pues, que el trabajo con el Ego es muy necesario para acercarnos a ese estado. En el proceso terapéutico, habitualmente abordamos la conciencia del Ego y observamos cuál es su peso, su densidad y el grandioso lugar que ocupa, desgastando nuestra capacidad y energía vital. La alegría, como la sonrisa, que es su manifestación por excelencia, son experiencias «antigravitatorias»: elevamos los labios y las facciones del rostro, subimos los brazos, y las sensaciones corporales tienden a elevarnos, evocando movimiento, contacto y trascendencia.

Pienso que cuanta menos densidad y carga tenemos de nuestra «importancia personal», más cercanos nos sentimos y más iguales nos percibimos unos a otros. Nuestra confianza aumenta y nuestro miedo disminuye, naciendo en nuestro corazón una alegría genuina y espontánea que, más allá de nuestras células, transmitiremos también a nuestro entorno.

En los últimos tiempos he creado un lugar simbólico en la consulta con ese propósito: dignificar la alegría. La tengo presente como un lucero que me ayuda a orientar el rumbo. Siento que es necesario que nos abramos a la alegría de ser, de vivir, de compartir, y no deberíamos conformarnos con menos.

El filósofo francés André Compte-Sponville, en su libro La felicidad, desesperadamente, hace referencia a la actitud gestáltica de aquí y ahora como la clave para la aceptación de nuestra realidad. Él, que se ha declarado agnóstico, nos habla de las polaridades, de la necesidad de poder vivir el dolor y la tristeza como camino para la aceptación y acercarnos así a una posible felicidad.

Centrados en nuestro presente, disfrutando de todo lo que tenemos, de todo lo que somos y lo que sabemos, conscientes de lo que está en nuestras manos y de cuál es nuestro verdadero potencial, conocedores de nuestra propia realidad y naturaleza, encontraremos en nuestro corazón el estado de contentamiento que nos llenará de felicidad, dejando así de albergar falsas esperanzas, con las que ponemos el anhelo de satisfacción y de alegría fuera de nosotros y lejos de nuestro alcance.

En ocasiones es la tristeza la que puede abrirnos el corazón; y a veces, aun estando tristes podemos sentir en un plano más profundo la alegría de percibirnos conectados a nuestro mundo emocional, la alegría de sentirnos vivos. Incluso en una pérdida, en el fondo de un dolor, reside la gratitud de lo vivido. Necesitamos reconocernos en la vida y experimentar el agradecimiento en nuestro corazón para acercarnos al sentimiento de alegría.

Hay un dicho que dice: «Se ríe como un tonto», o «como un niño», y no queremos ni ser tontos, ni infantiles… Y he observado que la mayoría de lamas y el mismo Dalai Lama se ríen muchísimo, fácilmente, y a veces de cosas y comentarios muy simples. Me sorprende la facilidad que tienen para reírse. Y no creo que nadie se atreva a pensar que son tontos… Los sabios son los que más ríen. En fin, los humanos somos la única especie que tenemos la capacidad de reírnos, a diferencia de los animales. Aprovechemos ese potencial.

niño bebé

El bebé, al poco tiempo de nacer ya esboza sonrisas sin más, provocando alegría en los adultos. Es un reflejo muscular que se observa cuando el bebé está muy tranquilo, en paz y en contacto consigo mismo. Tenemos más de treinta músculos faciales para reírnos, seguramente poco utilizados para reírnos de verdad y no defensivamente. Solo la risa verdadera desencadena la cascada hormonal, segregando las sustancias del bienestar que contribuyen de manera muy favorable en nuestra salud. Por lo tanto, a nivel corporal, aparte de trabajar nuestros bloqueos y corazas, acordémonos de sonreír como un auténtico abordaje desde el cuerpo.

Yo a menudo, cuando necesito algo, o también trabajando con clientes, y no tengo registro de referencias, las busco en la naturaleza: todo está de alguna manera representado en ella y a mí me sirve como inspiración, integrando la experiencia tomando conciencia en el cuerpo.

El griterío de los pájaros a primera hora de la mañana, los cantos del amanecer resultan auténticos catalizadores para mí, me despiertan alegría.

En más de una ocasión he recomendado a clientes ir a un parque donde jueguen niños para despertar el sentido de juego, la espontaneidad, la alegría y el contacto. En este caso tomo al niño como parte de la naturaleza, para refrescar nuestras memorias emocionales y nuestra capacidad de sorprendernos y de reírnos. Si observamos realmente abiertos de corazón y atentos, algo nos pasa. Algún día fuimos alegres y vivos, no estuvimos solos. Deberíamos evitar la torpeza de aplastar la alegría natural de los niños.

alegría familia con globos

Goethe dice: «La Alegría y el Amor son las dos alas para las grandes empresas».

A. Jodorowsky sostiene: «Sabes que estás en el camino correcto cuando a cada paso sientes la alegría de vivir».

Thich Nhat Hanh afirma: «Si en el amor no hay alegría no se trata de verdadero amor».

Trabajemos pues en el Amor para no confundirnos y, aparte de algunas lágrimas, regalémonos sonrisas.

Dejándome llevar. Una experiencia de liberación a través del cuerpo

 Autor: Jaume Calafat – Terapeuta corporal integrativo

Hoy me siento inquieto, mi cabeza es un torbellino de pensamientos y no deja espacio para nada más, siento tensiones en mi cuerpo y mi respiración es muy corta. La verdad es que tengo ganas de salir corriendo de este estado. Ante esta situación normalmente buscaría una distracción: comer, mirar el ordenador, el teléfono. Pero hoy decido quedarme conmigo. Decido sumergir-me dentro de mi cuerpo.

Empiezo a desbloquear mi cuerpo por segmentos. Prestando mucha atención a sus límites. Poco a poco, empiezo a notar sensaciones, mi cuerpo se está activando con la energía que estoy moviendo. Mi cabeza se está serenando y la sensibilidad va aumentando. Me paro, estoy en arraigo, dejo mi cabeza, sólo observo y vivo mi cuerpo, intento poner toda mi atención en la sensación interna que percibo. Siento que un sutil movimiento interno empieza, me dejo ir con él, me lleva a inclinarme completamente hacia delante y sobre mi lado derecho.

Mi cabeza pregunta: «¿Qué es esto?».  No importa saber, sólo quiero vivirlo, me dejo estar aquí. Centrado en la experiencia siento algo muy sutil, me centro en ello, me va invadiendo el pecho y me cambia la respiración, mi diafragma vibra. Lo reconozco: es tristeza, estoy con ella, lloro. Mi cabeza pregunta: «¿Por qué estoy triste?» No importa, simplemente la acepto. Poco a poco va perdiendo intensidad, desaparece.

Mi cuerpo pide incorporarse y lo sigo a su ritmo, me siento tranquilo, sereno, lo vivo, me dejo estar en ello. Mi cabeza quiere moverse, la acompaño a su ritmo, se va hacia atrás y me quedo mirando el techo, me quedo quieto, observo, siento una vibración en mi vientre, un calor sube rápido hacia mi garganta y cuando me doy cuenta estoy gritando. «Aaaaaah…». Y  mientras grito lo veo, me doy cuenta de con quién estoy enfadado. ¡Ahora lo entiendo! Necesito poner límites a mi madre.

Algo interno se libera, me siento todo el canal interno abierto, estoy tranquilo, me quedo relajado. Desde este bien estar, conecto con la alegría, con lo creativo, me muevo desde ahí, tengo ganas de dejarme llevar y a la vez siento miedo a perder el control. Me lo permito, traspaso el miedo y ahora siento que rompo mis esquemas, mis rigideces. Me muevo explorando el espacio desde otro punto de vista más fluido, más receptivo, aceptando muchas más posibilidades. Desde esta exploración sale un movimiento muy concreto, conecto con mi sabiduría interna, me sale cuidarme, abrazarme, quererme a mí mismo. Me acuno, me acaricio, me respeto, me valido.

Mi experiencia de hoy acaba aquí, habiendo aceptado y caminando por la tristeza, la rabia, el miedo y la alegría. Ahora estoy con una actitud más receptiva y abierta a la vida.

Siento que mi cuerpo es mucho más que un vehículo que acompaña a mi cabeza. Cada día me sorprendo más con las vivencias pasadas que rescato y libero a través de él.

Una vez digerida la experiencia, al día siguiente me salen una serie de palabras clave: gestión de emociones, confianza, elección, interpretar, y unas reflexiones al respecto:

Las emociones nos dan información sobre cómo estamos internamente, ayudándonos a contactar con nuestra necesidad. Hay emociones que nos son fáciles de gestionar. Otras nos resultan más complicadas, y esto se debe a que en el entorno en que he crecido, eran emociones no aceptadas y las he reprimido o no he tenido espacio suficiente para aprender a gestionarlas. Con mi terapeuta, aprendo a hacerlo, él me enseña a caminar, a transitar mis emociones, así yo voy cogiendo práctica y, al estar seguro, podré caminar por mí mismo las situaciones que la vida me traiga. Este es el camino que hacemos en la terapia: el paso del apoyo terapéutico al autoapoyo.

A medida que avanzamos en la terapia, nuestra experiencia aumenta y vamos desarrollando la confianza en estar en contacto conmigo, esté como esté. Las vivencias internas cada vez me asustan menos. Si me permito aceptar la emoción y entrar en ella, veo cómo poco a poco puedo transitarla, y a la vez conecto con la necesidad que hay debajo. Con el tiempo, estos tránsitos se dan más rápido, posibilitando que cada vez recobre mi centro con mayor facilidad, permitiéndome una actitud más disponible y receptiva para la vida. Desde este punto, entiendo que lo que me genera sufrimiento es el hecho de no aceptar lo que siento. Se genera en este caso todo un mecanismo para reprimir la emoción, que rápidamente se traduce en tensiones a nivel corporal, provocando una pérdida de energía vital y de bienestar.

La elección es dar importancia y protagonismo a lo que es importante para mí. En la elección, paso de un infinito de posibilidades a construir mi realidad. En este caso decido estar presente, yo quiero presencia en mi vida y a la vez quiero ponerme delante de las dificultades que me surgen; para mí, la única manera de solucionarlas. Como ejemplo, si tengo una inundación en casa, no la voy a solucionar tomándome un tranquilizante y yendo a la cama, aunque esto pueda darme tranquilidad.

En la terapia es muy importante dejar de interpretar qué me pasa y entregarme plenamente a la experiencia. Cuando dejo a un lado lo que pienso, voy ganando en presencia, en entrega y entro con más profundidad en la experiencia, esto me lleva a una comprensión más directa y genuina sobre lo que vivo, sobre mi necesidad, sobre lo que me duele, sobre lo que me gusta.