La alegría

Autor: Montse Coll i Avellana – Médico, psicoterapeuta gestalt y corporal integrativa

Quiero hablar de la alegría siguiendo un impulso muy claro que sentí al plantearme sobre qué quería escribir. Decido seguirlo fielmente, siendo consciente de que me representa una cierta dificultad. Lo encaro como un tema difícil, al menos para mí. No tengo duda de que tal impulso responde a una necesidad propia en este momento, y me permito hacerla extensible a muchas otras personas. Quiero señalar que no me lo propongo como un reto, sino más bien como una reflexión e incluso como una invocación. Como una llamada a las memorias olvidadas y a las alegrías escondidas o aletargadas.

La definición dice: «Sentimiento de placer producido normalmente por un suceso favorable que suele manifestarse con un buen estado de ánimo, la satisfacción y la tendencia a la risa o la sonrisa». Parece, tal como está expresado, que fuera un estado secundario a un hecho concreto; no se refiere a la alegría como una emoción más profunda o, al menos, vinculada a una conciencia o a una actitud ante la vida.

Buscando qué dicen algunos maestros, sí que voy viendo que hablan de la alegría en un sentido más profundo. Dicen que nace de la Paz Interior. Hablan de Amor, Corazón y del Dar como el camino hacia la alegría.

alegría

La alegría, como una emoción expansiva y que genera calor, que nace del contacto con los demás y lo facilita, se acompaña de una sensación de estar vivo, no eufórico, y dibuja una sonrisa en el rostro y en el corazón.

Parece, pues, que el trabajo con el Ego es muy necesario para acercarnos a ese estado. En el proceso terapéutico, habitualmente abordamos la conciencia del Ego y observamos cuál es su peso, su densidad y el grandioso lugar que ocupa, desgastando nuestra capacidad y energía vital. La alegría, como la sonrisa, que es su manifestación por excelencia, son experiencias «antigravitatorias»: elevamos los labios y las facciones del rostro, subimos los brazos, y las sensaciones corporales tienden a elevarnos, evocando movimiento, contacto y trascendencia.

Pienso que cuanta menos densidad y carga tenemos de nuestra «importancia personal», más cercanos nos sentimos y más iguales nos percibimos unos a otros. Nuestra confianza aumenta y nuestro miedo disminuye, naciendo en nuestro corazón una alegría genuina y espontánea que, más allá de nuestras células, transmitiremos también a nuestro entorno.

En los últimos tiempos he creado un lugar simbólico en la consulta con ese propósito: dignificar la alegría. La tengo presente como un lucero que me ayuda a orientar el rumbo. Siento que es necesario que nos abramos a la alegría de ser, de vivir, de compartir, y no deberíamos conformarnos con menos.

El filósofo francés André Compte-Sponville, en su libro La felicidad, desesperadamente, hace referencia a la actitud gestáltica de aquí y ahora como la clave para la aceptación de nuestra realidad. Él, que se ha declarado agnóstico, nos habla de las polaridades, de la necesidad de poder vivir el dolor y la tristeza como camino para la aceptación y acercarnos así a una posible felicidad.

Centrados en nuestro presente, disfrutando de todo lo que tenemos, de todo lo que somos y lo que sabemos, conscientes de lo que está en nuestras manos y de cuál es nuestro verdadero potencial, conocedores de nuestra propia realidad y naturaleza, encontraremos en nuestro corazón el estado de contentamiento que nos llenará de felicidad, dejando así de albergar falsas esperanzas, con las que ponemos el anhelo de satisfacción y de alegría fuera de nosotros y lejos de nuestro alcance.

En ocasiones es la tristeza la que puede abrirnos el corazón; y a veces, aun estando tristes podemos sentir en un plano más profundo la alegría de percibirnos conectados a nuestro mundo emocional, la alegría de sentirnos vivos. Incluso en una pérdida, en el fondo de un dolor, reside la gratitud de lo vivido. Necesitamos reconocernos en la vida y experimentar el agradecimiento en nuestro corazón para acercarnos al sentimiento de alegría.

Hay un dicho que dice: «Se ríe como un tonto», o «como un niño», y no queremos ni ser tontos, ni infantiles… Y he observado que la mayoría de lamas y el mismo Dalai Lama se ríen muchísimo, fácilmente, y a veces de cosas y comentarios muy simples. Me sorprende la facilidad que tienen para reírse. Y no creo que nadie se atreva a pensar que son tontos… Los sabios son los que más ríen. En fin, los humanos somos la única especie que tenemos la capacidad de reírnos, a diferencia de los animales. Aprovechemos ese potencial.

niño bebé

El bebé, al poco tiempo de nacer ya esboza sonrisas sin más, provocando alegría en los adultos. Es un reflejo muscular que se observa cuando el bebé está muy tranquilo, en paz y en contacto consigo mismo. Tenemos más de treinta músculos faciales para reírnos, seguramente poco utilizados para reírnos de verdad y no defensivamente. Solo la risa verdadera desencadena la cascada hormonal, segregando las sustancias del bienestar que contribuyen de manera muy favorable en nuestra salud. Por lo tanto, a nivel corporal, aparte de trabajar nuestros bloqueos y corazas, acordémonos de sonreír como un auténtico abordaje desde el cuerpo.

Yo a menudo, cuando necesito algo, o también trabajando con clientes, y no tengo registro de referencias, las busco en la naturaleza: todo está de alguna manera representado en ella y a mí me sirve como inspiración, integrando la experiencia tomando conciencia en el cuerpo.

El griterío de los pájaros a primera hora de la mañana, los cantos del amanecer resultan auténticos catalizadores para mí, me despiertan alegría.

En más de una ocasión he recomendado a clientes ir a un parque donde jueguen niños para despertar el sentido de juego, la espontaneidad, la alegría y el contacto. En este caso tomo al niño como parte de la naturaleza, para refrescar nuestras memorias emocionales y nuestra capacidad de sorprendernos y de reírnos. Si observamos realmente abiertos de corazón y atentos, algo nos pasa. Algún día fuimos alegres y vivos, no estuvimos solos. Deberíamos evitar la torpeza de aplastar la alegría natural de los niños.

alegría familia con globos

Goethe dice: «La Alegría y el Amor son las dos alas para las grandes empresas».

A. Jodorowsky sostiene: «Sabes que estás en el camino correcto cuando a cada paso sientes la alegría de vivir».

Thich Nhat Hanh afirma: «Si en el amor no hay alegría no se trata de verdadero amor».

Trabajemos pues en el Amor para no confundirnos y, aparte de algunas lágrimas, regalémonos sonrisas.

Teatro y expresión corporal: potencial y uso terapéutico

Autora: Ángela Corrales – Terapeuta corporal integrativa, psicóloga y actriz

Para mí no hay ninguna duda de que el proceso terapéutico es sinónimo de autoconocimiento, y es desde esta convicción que afirmo que mi proceso terapéutico comenzó en el Teatro, así, en letras mayúsculas. El Teatro fue el lugar y el espacio donde empecé a conocerme y amarme a mí misma, fue el punto que marcó un antes y un después en mi vida.

Cuando tenía trece años tuve una caída aparentemente muy tonta, una caída que pudo haberme supuesto quedarme en silla de ruedas para toda la vida. Afortunadamente no llegó a ser tan grave, médicamente hablando. Mi cuerpo mantuvo su funcionalidad práctica. Otra cosa fueron las consecuencias que aquello me trajo.

Por recomendación médica estuve exenta de todas las actividades gimnásticas escolares desde los trece a los dieciocho años. Lo único aconsejable para mi espalda era la natación, pero en mi pueblo no podía contar con aquello. Así que pasé toda mi adolescencia arrastrando mi cuerpo, sintiéndolo como un lastre, encerrada en mi mundo mental y apostando toda mi valía personal a los estudios, la lectura y la inteligencia. Todo mi yo era cabeza. Me sentía presa de un cuerpo que servía para poco más que molestar.

Con esta percepción de mí misma, fui a la Universidad a estudiar psicología. Quería seguir indagando en los misterios de la mente y el  alma humana, lo que pensaba que era la psicología entonces. Cuántas sorpresas me quedaban por descubrir…

El Teatro apareció por casualidad, en un grupito amateur universitario; y casi sin darme cuenta, fui entrando en un mundo apasionante que dirigiría mi vida desde entonces.

De todas las facetas del Teatro, la que más me deslumbró, con diferencia, fue la expresión corporal. De repente me encontré con mi cuerpo: ese conjunto de manos, pies y extremidades en el que me sentía encerrada desde hacía años empezaba a tener sentido. De repente podía comunicarme con el mundo más allá de mi mente y las palabras. De repente comencé a valorar algo de mí misma que antes condenaba. De repente comencé a mirarme entera y a amarme.

La expresión corporal me dio la oportunidad de moverme de una manera propia, sin la presión de los objetivos académicos que habían supuesto siempre las clases de gimnasia. Aprendí a identificar las diferentes partes de mí como lo hace un niño, reconciliándome con cada articulación y hueso de mi cuerpo, explorando las diferentes posibilidades que ofrecían. Encontré la manera de moverme y relacionarme con mi cuerpo desde mis capacidades reales y desde mis limitaciones.

Notaba perfectamente cuándo llegaba a mi límite por las tensiones musculares que había aprendido a identificar en ciertos movimientos y gestos. En principio yo lo achacaba a las lesiones que ya sabía que tenía desde que me caí. No le daba más vueltas, pero poco a poco fui dándome cuenta de que aquella tensión se debía a algo más que a la lesión: había miedo, inseguridad y toda una serie de emociones que me bloqueaban cuando intentaba llegar un poco más allá de lo que mi cuerpo —y mi cabeza— conocían. Lo que realmente “provocaba” mis nudos musculares era mi mente y mi emoción, no mi cuerpo. Y la clave que me ayudó a traspasar estos miedos fue la parte interpretativa del Teatro.

El Teatro, como cualquier otro arte, tiene un potencial terapéutico en sí mismo: ayuda a la expresión de contenidos emocionales y potencia el pensamiento creativo.

  • En el aspecto expresivo, es una vía para manifestar cualquier emoción (consciente o inconsciente). Permite experimentar el amor, la rabia, el dolor, la tristeza, la alegría… a través del juego, la imaginación, la metáfora, los personajes. Tener un espacio para dejar salir todas estas emociones sin juicios ni presiones del entorno inmediato es de por sí liberador.
  • En el aspecto creativo, activa el hemisferio derecho del cerebro humano, lo que significa una puerta de acceso directo a las emociones y al pensamiento divergente, que es con el que generamos nuevas posibilidades, diferentes alternativas a una situación conocida. Este es, de algún modo, el objetivo de toda terapia: salir de los patrones establecidos y aprender nuevos recursos y habilidades.

Además de estos puntos en común, el Teatro tiene unas particularidades que le hacen ser un gran instrumento a nivel terapéutico:

  • Permite tener una experiencia directa de la situación. A diferencia de otras artes (como por ejemplo la pintura), el Teatro no se ciñe a la creación material, sino que se manifiesta a través de la vivencia del actor, en su propio cuerpo. El tránsito por las emociones que se representan en las escenas queda grabado en la propia persona, en su memoria episódica y celular. No se limita a plasmar una imagen mental, sino que se acciona, se experimenta, se encarna. Es una experiencia global que se vive en primera persona.
  • Permite ir a cualquier lugar en el espacio-tiempo: se puede recrear el pasado, recuperando los momentos que pueden estar afectándonos hoy en día y mirarlos desde una nueva perspectiva; proyectar hacia el futuro, dándonos permiso para generar cualquier sueño u objetivo personal que deseemos alcanzar. Se puede trabajar con escenarios reales, imaginarios, ficticios… Cualquier planteamiento es válido, cualquier posibilidad es bienvenida. Es un laboratorio donde poder experimentar y vivenciar todas las probabilidades, incluso las más lejanas, ilógicas o imposibles. Sin límites.
  • El juego de personajes y escenificaciones permite refugiarse en un “como si” donde no se arriesga la propia imagen o historia personal. El hecho de interpretar a un criminal, un payaso, un monje o un seductor abre las puertas a partes de nosotros mismos con las que no nos identificamos a priori, pero con las que nos permitimos experimentar si entramos en la ficción del “como si”, llegando a explorar la luz y la sombra de aquellos personajes internos que no siempre estamos dispuestos a mostrar. Nos pone frente a diferentes espejos.

Gracias a todos estos aspectos, pude traspasar barreras mentales y emocionales que se habían enganchado a mi cuerpo y me bloqueaban a nivel artístico y personal. Más que a interpretar escenas de cara al público, el Teatro me enseñó a generar nuevas vivencias, nuevos registros emocionales y corporales, nuevas posibilidades más allá de la cotidianeidad. Me enseñó a ser más consciente de mí misma y a respetar todas las partes de mi ser, con sus polaridades. Me enseñó a aceptarme y a amarme por lo que soy.