Autora: Ángela Corrales – Terapeuta corporal integrativa, psicóloga y actriz
Para mí no hay ninguna duda de que el proceso terapéutico es sinónimo de autoconocimiento, y es desde esta convicción que afirmo que mi proceso terapéutico comenzó en el Teatro, así, en letras mayúsculas. El Teatro fue el lugar y el espacio donde empecé a conocerme y amarme a mí misma, fue el punto que marcó un antes y un después en mi vida.
Cuando tenía trece años tuve una caída aparentemente muy tonta, una caída que pudo haberme supuesto quedarme en silla de ruedas para toda la vida. Afortunadamente no llegó a ser tan grave, médicamente hablando. Mi cuerpo mantuvo su funcionalidad práctica. Otra cosa fueron las consecuencias que aquello me trajo.
Por recomendación médica estuve exenta de todas las actividades gimnásticas escolares desde los trece a los dieciocho años. Lo único aconsejable para mi espalda era la natación, pero en mi pueblo no podía contar con aquello. Así que pasé toda mi adolescencia arrastrando mi cuerpo, sintiéndolo como un lastre, encerrada en mi mundo mental y apostando toda mi valía personal a los estudios, la lectura y la inteligencia. Todo mi yo era cabeza. Me sentía presa de un cuerpo que servía para poco más que molestar.
Con esta percepción de mí misma, fui a la Universidad a estudiar psicología. Quería seguir indagando en los misterios de la mente y el alma humana, lo que pensaba que era la psicología entonces. Cuántas sorpresas me quedaban por descubrir…
El Teatro apareció por casualidad, en un grupito amateur universitario; y casi sin darme cuenta, fui entrando en un mundo apasionante que dirigiría mi vida desde entonces.
De todas las facetas del Teatro, la que más me deslumbró, con diferencia, fue la expresión corporal. De repente me encontré con mi cuerpo: ese conjunto de manos, pies y extremidades en el que me sentía encerrada desde hacía años empezaba a tener sentido. De repente podía comunicarme con el mundo más allá de mi mente y las palabras. De repente comencé a valorar algo de mí misma que antes condenaba. De repente comencé a mirarme entera y a amarme.
La expresión corporal me dio la oportunidad de moverme de una manera propia, sin la presión de los objetivos académicos que habían supuesto siempre las clases de gimnasia. Aprendí a identificar las diferentes partes de mí como lo hace un niño, reconciliándome con cada articulación y hueso de mi cuerpo, explorando las diferentes posibilidades que ofrecían. Encontré la manera de moverme y relacionarme con mi cuerpo desde mis capacidades reales y desde mis limitaciones.
Notaba perfectamente cuándo llegaba a mi límite por las tensiones musculares que había aprendido a identificar en ciertos movimientos y gestos. En principio yo lo achacaba a las lesiones que ya sabía que tenía desde que me caí. No le daba más vueltas, pero poco a poco fui dándome cuenta de que aquella tensión se debía a algo más que a la lesión: había miedo, inseguridad y toda una serie de emociones que me bloqueaban cuando intentaba llegar un poco más allá de lo que mi cuerpo —y mi cabeza— conocían. Lo que realmente “provocaba” mis nudos musculares era mi mente y mi emoción, no mi cuerpo. Y la clave que me ayudó a traspasar estos miedos fue la parte interpretativa del Teatro.
El Teatro, como cualquier otro arte, tiene un potencial terapéutico en sí mismo: ayuda a la expresión de contenidos emocionales y potencia el pensamiento creativo.
- En el aspecto expresivo, es una vía para manifestar cualquier emoción (consciente o inconsciente). Permite experimentar el amor, la rabia, el dolor, la tristeza, la alegría… a través del juego, la imaginación, la metáfora, los personajes. Tener un espacio para dejar salir todas estas emociones sin juicios ni presiones del entorno inmediato es de por sí liberador.
- En el aspecto creativo, activa el hemisferio derecho del cerebro humano, lo que significa una puerta de acceso directo a las emociones y al pensamiento divergente, que es con el que generamos nuevas posibilidades, diferentes alternativas a una situación conocida. Este es, de algún modo, el objetivo de toda terapia: salir de los patrones establecidos y aprender nuevos recursos y habilidades.
Además de estos puntos en común, el Teatro tiene unas particularidades que le hacen ser un gran instrumento a nivel terapéutico:
- Permite tener una experiencia directa de la situación. A diferencia de otras artes (como por ejemplo la pintura), el Teatro no se ciñe a la creación material, sino que se manifiesta a través de la vivencia del actor, en su propio cuerpo. El tránsito por las emociones que se representan en las escenas queda grabado en la propia persona, en su memoria episódica y celular. No se limita a plasmar una imagen mental, sino que se acciona, se experimenta, se encarna. Es una experiencia global que se vive en primera persona.
- Permite ir a cualquier lugar en el espacio-tiempo: se puede recrear el pasado, recuperando los momentos que pueden estar afectándonos hoy en día y mirarlos desde una nueva perspectiva; proyectar hacia el futuro, dándonos permiso para generar cualquier sueño u objetivo personal que deseemos alcanzar. Se puede trabajar con escenarios reales, imaginarios, ficticios… Cualquier planteamiento es válido, cualquier posibilidad es bienvenida. Es un laboratorio donde poder experimentar y vivenciar todas las probabilidades, incluso las más lejanas, ilógicas o imposibles. Sin límites.
- El juego de personajes y escenificaciones permite refugiarse en un “como si” donde no se arriesga la propia imagen o historia personal. El hecho de interpretar a un criminal, un payaso, un monje o un seductor abre las puertas a partes de nosotros mismos con las que no nos identificamos a priori, pero con las que nos permitimos experimentar si entramos en la ficción del “como si”, llegando a explorar la luz y la sombra de aquellos personajes internos que no siempre estamos dispuestos a mostrar. Nos pone frente a diferentes espejos.
Gracias a todos estos aspectos, pude traspasar barreras mentales y emocionales que se habían enganchado a mi cuerpo y me bloqueaban a nivel artístico y personal. Más que a interpretar escenas de cara al público, el Teatro me enseñó a generar nuevas vivencias, nuevos registros emocionales y corporales, nuevas posibilidades más allá de la cotidianeidad. Me enseñó a ser más consciente de mí misma y a respetar todas las partes de mi ser, con sus polaridades. Me enseñó a aceptarme y a amarme por lo que soy.