La música y el cuerpo

 

Autor: Manuel Muñoz – Terapeuta gestalt y corporal integrativo. Musicoterapeuta inner sound

Vivimos en una sonosfera donde recibimos sonido desde todos los ámbitos: desde dentro (sonidos corporales, voz, pensamientos percibidos como ruido interior…) y desde fuera. Incluso el silencio lo percibimos como su ausencia; son frecuencias no audibles de forma consciente.

El sonido se trasmite por todo el cuerpo y lo afecta. Haz tú mismo la prueba. Tapa tus oídos y canta una nota —la que surja más fácil— con la letra ‘m’. Verás cómo reverberan diferentes partes de tu cabeza. ¿Has probado alguna vez a situarte al lado de un altavoz en una discoteca o en un concierto de tu grupo favorito? Hazlo y observa en qué partes de tu cuerpo notas ciertas sensaciones y qué sientes respecto a ellas… Te propongo aún un último ejercicio. Coge una guitarra, apoya tus dientes superiores suavemente sobre la madera del clavijero (allí donde se tensan las cuerdas) y pulsa cualquiera de ellas… ¡Sorpresa! Notas el sonido en toda la cabeza.

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Ese fenómeno que estas percibiendo se llama vibración y puedes sentirlo por todo el cuerpo, ya que el sonido es una onda que se trasmite a través de los huesos y cavidades, afectando a los músculos que se insertan en ellos, y que se transporta al paso de todo el tejido conectivo y del agua intra e intercelular. Si tiene la capacidad de llegar a todos los rincones, es un buen elemento para trabajar con el cuerpo…

¿Cómo hacerlo? Si echamos un vistazo a las diferentes aproximaciones prácticas y escuelas, vemos que existen cuatro modalidades básicas de trabajo con el sonido:

1.- Los trabajos con instrumentos. Desde tiempo inmemorial se describen situaciones curativas con la música, donde el chamán o el encargado de trabajar con el cuerpo y el alma de las personas aparece con un instrumento musical (o la voz), induciendo al trance en ceremonias de sanación. Modernamente, las escuelas de musicoterapia, ayudadas por la investigación en neurociencias y psicología, realizan estudios que avalan el “poder terapéutico” de la música y trabajan en campos tan diversos como geriatría, salud mental, neurología, el dolor, paliativos o educación. La musicoterapia como disciplina paramédica está en expansión.

2.- Otros enfoques trabajan con las frecuencias vibratorias que producen cuencos de cuarzo y tibetanos, diapasones o monocordios, consolidando una vertiente del masaje terapéutico. Se usan para desbloquear, cambiando las frecuencias de determinadas zonas del cuerpo, chacras, órganos y capas áuricas, haciéndolas vibrar por resonancia. Un buen masaje sonoro moviliza tanto como uno fisiológico. Puedes comprobarlo en cualquier momento…

CUENQUING

3.- En el trabajo con la voz, el cuerpo entero se usa como instrumento. Autogenera el efecto dentro y fuera del cuerpo del que la usa o del posible cliente. Esta técnica implica a la respiración, toda su mecánica muscular, la dinámica vibratoria que moviliza  —dentro y fuera— y los efectos que produce en los ámbitos emocionales, relacionales, de autoestima, espirituales y energéticos. Hay una relación energética entre los sonidos vocálicos y los chacras, y algunas consonantes reverberan en determinadas zonas del cuerpo, produciendo eficaces micromovimientos musculares y efectos de desbloqueo en órganos, sistemas, segmentos o chacras. Existe toda una farmacopea silábica en los cantos devocionales de las distintas culturas

4.- El trabajo con canciones o fragmentos musicales escogidos se basa en la audición de secuencias de estímulos musicales de duración variable. Lo diseña un musicoterapeuta acorde con la situación singular de un paciente o grupo específico. Para usar la técnica, seleccionamos los fragmentos y su orden de presentación sobre la base de sus interacciones anteriores con los pacientes y los efectos que creemos pueden servir al experimento. Un ejemplo de esta forma es cómo algunos usan el denominado efecto Mozart (audición de fragmentos de dicho autor en las fases perinatales) para el trabajo con embarazadas y después con los bebés. Otro enfoque estimula imágenes y sensaciones a través de fragmentos o canciones. También podemos escoger piezas sonoras que fomentan efectos emocionales y cognitivos en determinadas fases del trabajo psicoterapéutico o para el desbloqueo corporal.

Uno de los retos más sugestivos a que nos enfrentamos es la posibilidad de integrar todas estas modalidades para el trabajo psicocorporal, ya que el efecto sonoro puede ser también aplicado a la fórmula del trabajo reichiano. En ese ciclo —cada vez hay más estudios que lo justifican— el trabajo con la música puede resultar muy eficaz, debido al doble comportamiento del sonido en el cuerpo: La onda (mecánica) se trasmite por el cuerpo en una doble vía, ya que se desdobla y se comporta también como un impulso que llega al cerebro y estimula el sistema nervioso vegetativo (carga eléctrica). Ambas señales son recibidas en la zona bloqueada, liberándola o equilibrándola (descarga) para llegar a la relajación. El sonido, la música, la voz así entendidos se pueden aplicar de forma simultánea al trabajo corporal ya que inciden en un efecto paralelo. Lo producido por la vibración sonora en el cuerpo tiene el mismo proceso y efecto estructural que el resultado de la descarga bioenergética, salvando las distancias de lo macro y lo micro, lo sutil y lo evidente…

Dejándome llevar. Una experiencia de liberación a través del cuerpo

 Autor: Jaume Calafat – Terapeuta corporal integrativo

Hoy me siento inquieto, mi cabeza es un torbellino de pensamientos y no deja espacio para nada más, siento tensiones en mi cuerpo y mi respiración es muy corta. La verdad es que tengo ganas de salir corriendo de este estado. Ante esta situación normalmente buscaría una distracción: comer, mirar el ordenador, el teléfono. Pero hoy decido quedarme conmigo. Decido sumergir-me dentro de mi cuerpo.

Empiezo a desbloquear mi cuerpo por segmentos. Prestando mucha atención a sus límites. Poco a poco, empiezo a notar sensaciones, mi cuerpo se está activando con la energía que estoy moviendo. Mi cabeza se está serenando y la sensibilidad va aumentando. Me paro, estoy en arraigo, dejo mi cabeza, sólo observo y vivo mi cuerpo, intento poner toda mi atención en la sensación interna que percibo. Siento que un sutil movimiento interno empieza, me dejo ir con él, me lleva a inclinarme completamente hacia delante y sobre mi lado derecho.

Mi cabeza pregunta: «¿Qué es esto?».  No importa saber, sólo quiero vivirlo, me dejo estar aquí. Centrado en la experiencia siento algo muy sutil, me centro en ello, me va invadiendo el pecho y me cambia la respiración, mi diafragma vibra. Lo reconozco: es tristeza, estoy con ella, lloro. Mi cabeza pregunta: «¿Por qué estoy triste?» No importa, simplemente la acepto. Poco a poco va perdiendo intensidad, desaparece.

Mi cuerpo pide incorporarse y lo sigo a su ritmo, me siento tranquilo, sereno, lo vivo, me dejo estar en ello. Mi cabeza quiere moverse, la acompaño a su ritmo, se va hacia atrás y me quedo mirando el techo, me quedo quieto, observo, siento una vibración en mi vientre, un calor sube rápido hacia mi garganta y cuando me doy cuenta estoy gritando. «Aaaaaah…». Y  mientras grito lo veo, me doy cuenta de con quién estoy enfadado. ¡Ahora lo entiendo! Necesito poner límites a mi madre.

Algo interno se libera, me siento todo el canal interno abierto, estoy tranquilo, me quedo relajado. Desde este bien estar, conecto con la alegría, con lo creativo, me muevo desde ahí, tengo ganas de dejarme llevar y a la vez siento miedo a perder el control. Me lo permito, traspaso el miedo y ahora siento que rompo mis esquemas, mis rigideces. Me muevo explorando el espacio desde otro punto de vista más fluido, más receptivo, aceptando muchas más posibilidades. Desde esta exploración sale un movimiento muy concreto, conecto con mi sabiduría interna, me sale cuidarme, abrazarme, quererme a mí mismo. Me acuno, me acaricio, me respeto, me valido.

Mi experiencia de hoy acaba aquí, habiendo aceptado y caminando por la tristeza, la rabia, el miedo y la alegría. Ahora estoy con una actitud más receptiva y abierta a la vida.

Siento que mi cuerpo es mucho más que un vehículo que acompaña a mi cabeza. Cada día me sorprendo más con las vivencias pasadas que rescato y libero a través de él.

Una vez digerida la experiencia, al día siguiente me salen una serie de palabras clave: gestión de emociones, confianza, elección, interpretar, y unas reflexiones al respecto:

Las emociones nos dan información sobre cómo estamos internamente, ayudándonos a contactar con nuestra necesidad. Hay emociones que nos son fáciles de gestionar. Otras nos resultan más complicadas, y esto se debe a que en el entorno en que he crecido, eran emociones no aceptadas y las he reprimido o no he tenido espacio suficiente para aprender a gestionarlas. Con mi terapeuta, aprendo a hacerlo, él me enseña a caminar, a transitar mis emociones, así yo voy cogiendo práctica y, al estar seguro, podré caminar por mí mismo las situaciones que la vida me traiga. Este es el camino que hacemos en la terapia: el paso del apoyo terapéutico al autoapoyo.

A medida que avanzamos en la terapia, nuestra experiencia aumenta y vamos desarrollando la confianza en estar en contacto conmigo, esté como esté. Las vivencias internas cada vez me asustan menos. Si me permito aceptar la emoción y entrar en ella, veo cómo poco a poco puedo transitarla, y a la vez conecto con la necesidad que hay debajo. Con el tiempo, estos tránsitos se dan más rápido, posibilitando que cada vez recobre mi centro con mayor facilidad, permitiéndome una actitud más disponible y receptiva para la vida. Desde este punto, entiendo que lo que me genera sufrimiento es el hecho de no aceptar lo que siento. Se genera en este caso todo un mecanismo para reprimir la emoción, que rápidamente se traduce en tensiones a nivel corporal, provocando una pérdida de energía vital y de bienestar.

La elección es dar importancia y protagonismo a lo que es importante para mí. En la elección, paso de un infinito de posibilidades a construir mi realidad. En este caso decido estar presente, yo quiero presencia en mi vida y a la vez quiero ponerme delante de las dificultades que me surgen; para mí, la única manera de solucionarlas. Como ejemplo, si tengo una inundación en casa, no la voy a solucionar tomándome un tranquilizante y yendo a la cama, aunque esto pueda darme tranquilidad.

En la terapia es muy importante dejar de interpretar qué me pasa y entregarme plenamente a la experiencia. Cuando dejo a un lado lo que pienso, voy ganando en presencia, en entrega y entro con más profundidad en la experiencia, esto me lleva a una comprensión más directa y genuina sobre lo que vivo, sobre mi necesidad, sobre lo que me duele, sobre lo que me gusta.