El camino de la autorregulación

Autor:  Jesús Oliva –  Terapeuta gestalt y corporal integrativo. Especializado en trauma

Una posible definición para acercarnos al concepto de autorregulación podría ser la capacidad espontánea y natural que tiene el cuerpo de volver al equilibrio. Y es importante partir de ahí para entender que lo que ocurrió en la infancia no fue otra cosa que la respuesta de regulación y protección frente a una situación dolorosa a la que como niños no teníamos la capacidad de dar respuesta. Me refiero aquí a la herida de amor que todos sufrimos cuando nuestra expresión natural y genuina no fue acompañada por el entorno y de esta frustración y dolor nos protegimos para poder sobrevivir.

La búsqueda de aprobación y de atención para alimentar este vacío de amor nos fue alejando de nuestras verdaderas necesidades. Y, como dice Karen Horney, acabamos vendiendo nuestra alma al demonio por sentirnos reconocidos y aceptados.    

Los mecanismos de defensa que de niños utilizamos para afrontar estas situaciones, es decir, las actitudes y comportamientos que tomamos para evitar estar en contacto con esta parte dolorosa, es preciso que dejemos de verlas como el enemigo o algo malo a eliminar. Estará bien que empecemos por agradecernos, a nuestro cuerpo y a nosotros mismos, esta capacidad para protegernos frente a experiencias que afectaban directamente a nuestra integridad. 

Ciertamente, con el paso de los años, esta respuesta no deja de ser una forma obsoleta y desactualizada frente a aquello que nos pasó. La evitación ha cronificado un sentimiento de incapacidad que quizá nos convendría actualizar y afrontar.

La terapia corporal nos ofrece, desde esta vertiente que integra mente – corazón – cuerpo – alma, un espacio de acompañamiento para que aprendamos a darnos tiempo para recuperar el sentimiento de confianza y la capacidad de estar con nosotros mismos. Un lugar de seguridad para acercarnos con respeto a nuestra propia intimidad, a esta capa de vulnerabilidad de la que llevamos tiempo huyendo.

Si confiamos en la sabiduría del cuerpo, afinamos la escucha y nos permitimos estar en contacto con nuestras sensaciones, aprendiendo a reconocer nuestros patrones reactivos de evitación, y nos tomamos el tiempo para acompañar y digerir lo que vayamos percibiendo, el cuerpo nos irá revelando lo que necesita ser acompañado.

El síntoma es en demasiadas ocasiones el grito que tiene el cuerpo para despertarnos de nuestra desconexión; si no lo es ya la enfermedad. Aprovechemos pues esta llamada para regresar al cuerpo, para atenderlo como se merece y adentrarnos en este vacío en donde abandonarnos a nuestro SER más esencial.

El espacio terapéutico nos abre la posibilidad de aprender a estar con la incomodidad, y darnos contención cuando nos acerquemos a las vivencias de miedo y dolor que encerramos detrás de la coraza muscular y la personalidad.

Cuando redescubrimos nuestro propio cuerpo como este lugar de sostén, respetando nuestro ritmo y confiando en nuestra presencia, la apertura es un regalo que fluye de reconocernos capaces de regular y acompañar la experiencia como un proceso natural.

Una vuelta a casa para acunar la vergüenza y la indignidad; y recuperar el contacto con nuestra naturaleza y nuestro impulso vital. 

                                                     jesusoliva@hotmail.com / 660260402

El lenguaje del masaje

Autora: Analía Martínez Martí – Terapeuta gestalt y corporal integrativa

El sentido del tacto es la madre de los sentidos, porque despunta antes que los demás en el embrión humano. A las ocho semanas, una caricia suave en el labio superior provoca movimientos de retracción del cuello y el tronco.

En esta fase, el embrión no posee ni ojos ni oídos, pero la piel, que es como un manto que nos envuelve por completo, ya está diferenciada. El más sensible de nuestros órganos limita nuestro yo, nos permite conectar con el entorno, y sin ella no podríamos vivir.

El ser humano está constituido por tres cualidades básicas: inteligencia, afectividad y energía. A la inteligencia pertenecen todos los procesos relacionados con el pensamiento, como analizar, comprender, intuir, observar y establecer relaciones entre las cosas. El foco de la afectividad nos conecta con la capacidad de sentir, con la empatía, la alegría, la compasión y, sobre todo, con la conciencia de la unidad de la vida. Los procesos relativos a la fuerza, la constancia, la seguridad, la vitalidad y la solidez y estabilidad corresponden al foco de la energía.

Estas cualidades constituyen un todo, una unidad, es decir: una estructura integrada por varias partes. Por lo tanto, cuando contactamos con otra persona se produce un proceso humano, en el que, más allá de lo físico, hay comunicación, intercambio e interacción.

El masaje es una forma estructurada de contacto, constituida por diferentes manipulaciones, donde cada una tiene una función diferente.

– Los hamacados aflojan y potencian la sensación de ser mecidos.

– Los estiramientos liberan, abren paso a la energía y nos hacen más conscientes de nuestras estructuras y de nuestra respiración.

– Los roces suaves, que se realizan al comienzo y al final del masaje, confortan y calman.

– Las vibraciones vivifican y excitan, lo mismo que las percusiones.

– Las fricciones calientan.

– Los amasamientos nos permiten explorar profundamente la musculatura.

– Las presiones descontracturan.

El masaje es una verdadera comunicación cuando se tienen en cuenta algunos factores básicos:

– la actitud del terapeuta en el momento de realizarlo,

– el ritmo, la intensidad y profundidad del contacto,

– el comienzo y la finalización.

La relación entre cliente y terapeuta se va cimentando poco a poco. Por eso, crear un ambiente donde la persona pueda regresar a su cuerpo es una labor de cuidado y amor.

Es muy importante la presencia del terapeuta en el aquí y ahora, conectado consigo mismo y atento a las necesidades del paciente. En cada momento debe discriminar qué es lo útil y qué, lo superfluo, qué hacer y qué evitar; lo cual implica entrega y conciencia de los propios límites.

Trabajar con una atención flotante, sin prisa y relajadamente, permite sentir la necesidad y dirigirse allí donde se encuentra, ya que una ayuda inoportuna no es verdadera ayuda. Al contrario, produce un retroceso del proceso y del vínculo.

La conciencia corporal aumenta poco a poco con el contacto y se hacen conscientes aspectos negados del sí mismo, pero presentes en el cuerpo en forma de tensión muscular defensiva; rigideces que limitan los movimientos; dolor y bloqueos físicos surgidos del miedo, que amortiguan tanto el sufrimiento como el placer.

Esas zonas desvitalizadas se vivifican y aparecen sensaciones y emociones como la tristeza, la rabia, el miedo… Acompañar en esos momentos, con palabras o sin ellas, pero con presencia, permite reconocer al otro sus dificultades y su potencial; y a la vez, nuestro potencial y nuestras dificultades, surgiendo así un vínculo de mutuo enriquecimiento.

En consecuencia, no hay una clase correcta de contacto a usar, porque tanto un toque leve como uno firme pueden ser útiles y uno no es mejor que otro. Todo depende del momento, del área corporal, de la tolerancia al dolor. Una manipulación fuerte puede ser intrusiva y dolorosa para algunas personas. Por eso, la intensidad y la profundidad del contacto han de ser progresivas y graduales, así como el ritmo debe ser constante y calmado. La separación será suave y lenta para que se puedan restablecer los límites de cada uno.

masaje analía

Mi inclinación por el masaje comenzó cuando en el año 90 viajé a Argentina para despedirme de mi padre, ya muy anciano y enfermo. Fue él quien marcó el camino regalándome un libro muy elemental de shiatsu.

Al regresar comencé a formarme en esa técnica, que me llevó a comprender el concepto taoísta del yin/yang: fuerzas opuestas pero interdependientes y complementarias, que están en  un estado constante de equilibrio dinámico, y de cuya interacción surge la energía. Son las dos caras de la misma moneda. Esto despertó en mí una forma diferente de ver la realidad, y nuevas inquietudes que me condujeron a  otras formas de masaje.

Con la experiencia, me di cuenta de que la técnica por sí sola no es suficiente, y que hay que integrar cuerpo, emociones, mente y espíritu. Así llegué a la gestalt y al TCI.

Actualmente, trasmitir mi experiencia me da alegría. Deseo sembrar la semilla del interés por el masaje, como herramienta eficaz para desarrollar la conciencia y la integración de la persona.