Autor: Gastón Arzuaga – Terapeuta corporal integrativo, osteópata y profesor de Pilates
La tensión muscular se suele ver como algo externo a nosotros que nos afecta, nos incomoda, incluso a veces limitándonos en el movimiento. La tendencia es a resistirnos, luchar contra esa tensión y tratar de revertirla porque queremos encontrarnos bien, estar a gusto con nuestro cuerpo y no sentir dolores corporales. Nos solemos identificar más como seres mentales que habitamos en un cuerpo. Y aunque todos sabemos que el cuerpo es el templo, el contenedor de nuestra existencia, parece haber una disociación entre mente y cuerpo, identificándonos más como seres racionales.
En la adolescencia me encantaban los deportes y la actividad física y ya era consciente de mi rigidez en algunas zonas del cuerpo. Intentaba siempre hacer trabajos para flexibilizar la musculatura desde un enfoque puramente físico. Cuánto más tiempo le dedicaba a hacer estiramientos, a luchar contra esa tensión muscular, más altas eran mis expectativas de mejorar la flexibilidad y esto hacía más grande la frustración cuando veía que al cabo de dos días sin estirar volvía a perder lo conseguido. Ahora, viéndolo en perspectiva, había mucha exigencia y un cierto enfado hacia mi cuerpo por esta rigidez. Creyendo en esta disociación mente-cuerpo, yo me liberaba de toda responsabilidad.
Recuerdo que cada vez que tenía «tortícolis» coincidía con épocas de más nervios y estrés. Enseguida buscaba la manera más rápida de ponerme bien: relajantes musculares, masajes, ibuprofenos… Como si me olvidara de que el cuerpo en reposo, por sí solo, en un par de días volvería a su equilibrio. En cuanto yo me relajaba, mi cuello también.
Sabía que el organismo del ser humano funciona como una unidad total, donde todos los sistemas trabajan en conjunto para mantener un equilibrio (homeostasis). Pero fue con el trabajo corporal que pude vivir, sentir y entender que, ante la herida psicoemocional, creamos una estructura corporal llamada coraza muscular. Esta coraza muscular que yo veía en forma de rigidez y molesta tensión no es otra cosa que la estructura defensiva que hemos generado ante esa herida para poder seguir adelante.
Comprendiendo la relación entre lo corporal, lo emocional y lo psicológico, ahora entiendo que poner todo el foco en lo físico sería tratar solamente el síntoma. Como intentar poner un parche temporal al problema. A partir de esto, intento percibir mi tensión corporal, tratarla como la voz del cuerpo, utilizar el síntoma como algo positivo que me da muchas pistas de lo que está sucediendo en estos tres planos. Una mirada más global me da la posibilidad de tomar conciencia de diferentes asuntos que están por resolver.
La escucha corporal no siempre me ha resultado fácil y a veces aun escuchándome no siempre puedo atender mis necesidades. En una época donde el tiempo escasea, donde queremos todo ya y donde la industria farmacéutica está en auge, es muy tentador cortar el síntoma, apagando la alarma que enciende el cuerpo y girar la mirada hacia otro lado y seguir pensando que estamos muy bien.
Contemplar la tensión como una alarma de que hay algo que necesito y no estoy atendiendo me lleva a acoger la tensión en lugar de rechazarla. Pasé de pelearme con el síntoma y exigirme a agradecerme a mí, como cuerpo, la posibilidad de esa toma de conciencia.